sábado, 11 de agosto de 2012

CAPITULO TRES




El Fantasy 











Luego de que el taxi le dejase: frente a la escuela del barrio. Xavier se encaminó a su humilde vivienda.
Cada vez que él pasaba por allí, las múltiples y acusadoras miradas, de las personas, no se separan ni un segundo de él. Ya era bastante para Xavier, el saber que allí había sido el lugar donde por primera vez vio la luz. Recordar todo lo que le pasó en aquellas calles, que en aquel entonces eran adoquinadas. Como para que ahora todo el mundo le mirase como un bicho raro. Sí él hacía lo que hacía, era porque no le quedaba de otra. Y, no porque lo disfrutase o lo hiciera para saciar su sed de ambición, como lo hacían muchos otros.
Al inició de todo aquello, lo hizo para solventar las deudas tan altísimas que su inconsciente padre les había dejado a la familia, luego de este marchar. Pero ahora, más que todo, lo hacía para compararle las medicinas a su madre y para pagar la educación de su hermano menor. Cada vez los medicamentos que necesitaba Lucia, la madre de Xavier, eran más costosos. Y que decir de la educación de Noel, esta era más cara día con día.
El Fantasy había sido el único lugar en donde le permitieron a Xavier trabajar poco y ganar lo necesario.
Xavier le había estado mintiendo a su madre durante estos tres años. Todos los días, él estaba seguro de qué era y de quién era. A su madre le había dicho desde el principio que aquel trabajo era de guardia de seguridad, para un edificio de oficinas varias, que obviamente por las noches quedaba completamente vacía. Aunque Xavier sabía que todo aquello era una mentira: una horrible y vil mentira.
Al atravesar el umbral de su casa, Xavier se encontró con la estrella casi extinta, de su madre. Aquella extraordinaria mujer, era ahora un calco de lo que un día fue. Durante este tiempo su salud había empeorado. Su angelical y casi perfecto rostro, se veía turbado por una fuerte alteración cerebral: que le había lisiado medio rostro. Sus irrefrenables manos que trabajaban de lo que se le presentase, hacía ocho años, ya se veían afectadas por la artritis. Y, su interior hoy por hoy se vías muy mal; por todos aquellos disgustos, decepciones y tristezas que su marido le hacía pasar día con día, desde el día que se descubrió que se frecuentaba con otra tipa, al finalizar su jornada laboral. Su alimentación, su estilo de vida y todo lo que ella era, ahora era un vago y lejano recuerdo para la familia.
—Hola, mamá —dijo Xavier dejándole marcado un beso sobre su insensible mejilla.
—Q-Que bueno q-que hayas lle-llagado ya —dijo tartamudeando Lucia.
—Te he traído los medicamentos para la artritis.
—Gracias, mi ángel. Q-Qué haría y-yo sin ti. —El rostro de aquella mujer, como pudo, logro esbozar una tierna sonrisa.
—De nada, mamá —dijo Xavier refrenando las lágrimas—. ¿Cómo salió Noel, en su trimestre?
—Bien c-como siempre. —La temblorosa voz de su madre, siempre, le partía el corazón a Xavier—. ¿Por qué tardaste tanto, hoy?
—Se formo una de esas manifestaciones, ridículas. Y los pobres diablos obstruyeron el paso a los vehículos y busetas.
—¿Tienes hambre?
—No, mami… Lo que tengo es sueño —explicó Xavier—. Voy a ducharme y luego dormiré un poco para aguantar en la noche.
—Está bien —respondió aquella convaleciente mujer.
Dicho aquello Xavier se encamino a su habitación, dejando a la más maravillosa mujer sentada en el sofá corintio, frente al televisor. Al pasar frente a la puerta de la habitación de su hermano, cinco años menor. Escuchó una de sus canciones favoritas. Se paro de golpe y tocó la puerta con recelo. El sonido de la canción fue descendiendo hasta escucharse moderadamente.
—¡Gracias! —Le gritó Xavier.
—¡Ya, es tardísimo! —Contesto Noel—. ¿Te ducharás?
—¡Claro!...
Unos sonidos sordos se escucharon con rumbo a la puerta. Cuando esta se abrió apareció Noel; el pequeño chico de dieciséis años, con sus lacios y sedosos cabellos negros. Dueño de uno ojos aún más claros que los de su hermano mayor, aunque obstruidos por un par de gafas de aros grandes. Su blanquecina y translucida piel, idéntica a la de Xavier. Llevaba consigo, en mano, una boleta en cartulina celeste.
—Esta vez, seguramente, te sentirás muy feliz. —Dijo El chico más joven, esbozándole una sonrisa a su hermano.
—¿Lo dudas?
—Claro que no.
—Veamos, si es cierto lo que dices. —Xavier abrió la cartilla y comenzó a revisarla meticulosamente. —Tenía razón… ¡Enhorabuena! —Como un impulsó Xavier le dio un abrazo fraternal a su pequeño hermano.
—Gracias, hermano. Me siento satisfecho, cuando veo que tu lo estas.
Hubo un silencio muy perturbador por unos segundos. Pero Xavier, quién habló primero dijo:
—¿Necesitas algo, extra? —indagó Xavier con premura.
El semblante de Noel se torno un poco tonto, saco un poco la lengua y le mordió. También guiñó el ojo derecho y con la mano izquierda tiro de su cabello.
—Anda, pídelo.
—Ayer, fui al centro comercial con Jennifer y, allí vimos unos reproductores. La verdad, no es gran cosa, pero, sí me gustaría tener uno.
El rostro juguetón de Noel se torno serio al confirmar lo que necesitaba.
—No se diga más. Te lo has ganado, con mucho esmero. Este fin de semana, cuando me den mi paga, iremos con mamá al centro comercial y te lo compraré.
—¿Estás seguro? —preguntó apenado Noel.
—Sí, claro. ¿Por qué no?
El angelical rostro de Noel se vio sobrexaltado. A simple vista se veía, que no cabía en él de felicidad.
—Eres el mejor. ¡Se lo diré a mamá!
Dicho esto Noel, se fue canturreando de felicidad hacía donde se encontraba Lucia.
Xavier entro a su alcoba y cerró la puerta tras de sí. Tomo su toalla, sus sandalias, interiores y los colocó sobre su lecho. Acto seguido se desvistió de frente al espejo, puesto que le gustaba ver lo que había pasado con aquel cuerpo de pelele. Darse cuenta de cómo aquel alfeñique ya no existía y, ahora se podía apreciar su bien definido cuerpo. Ya los encasillamientos para él eran cosa del pasado, hoy por hoy, su rostro, que representase el mayor de los problemas, no lo era más.
Su fuerte dorso, ancho e hinchado cual si fuera Hércules era un placer simplemente verle. Aquellas poderosas piernas y los brazos ensanchados, en los cuales cualquiera enloquecería tan siquiera imaginar, por un segundo, ser participe en uno de los más cándidos y tiernos abrazos. Aquel vientre, envidiable, firme, bien definido que a su vez era suave y tierno, especial para dormitar sobre el. Su trasero respingo y redondo; era capaz de hacer emerger a cualquiera, pasión excesiva, cual si este fuera el premio tan anhelado por un jugador que se había dedicado a malgastar su fortuna en interminables ocasiones. Y, un poco más adelante, un gran miembro aprisionado en aquellos ajustados calzones cortos. Aquella parte, se le veía grande; naturalmente, sin siquiera estar excitado. Cosa que le costaba mucho desde que empezó a trabajar en El Fantasy.
Como lluvia gélida, por su mente, se escucharon muchas frases de los interminables clientes. Cosa que al fortachón, no le agradaba recordar.
—Ángel, se te hace muy tarde…
Aquellas palabras sacaron de su ensimismamiento a Xavier, quien pronto se dirigió al cuarto de baño y se dio, una merecida ducha.
No tardo más de diez minutos, en la ducha. Salió de aquel pequeño cubículo, envuelto en su toalla de color menta. Se paró frente al lavado, tomó su cepillo de dientes, le agregó un poco de dentífrico y capillos su hermosa dentadura blanca. Se enjuagó la boca y se volvió a su alcoba. Al ingresar, cerró la puerta con llave, pues ahora más que nunca se sentiría muy avergonzado, sí su madre o Noel le viesen completamente desnudo. Se despojó de la toalla. Y se vio una vez más. Para cualquiera esto era un espectáculo maravilloso. Sus piernas, su estómago y su entrepierna no presentaban rastro alguno de vellos. Haciendo que su miembro se viera aún más grande de lo que realmente era.
Se tumbó sobre su lecho, abrió las piernas y comenzó a manosearse. Tardó un poco en tener su pene duro, haciéndose ver más grande. Listo para masturbarse, recordó como había sido su primera vez en El Fantasy. Todo se había estropeado, por no seguir el consejo de Braulio.
—Para que todo te salga bien, con las clientas, antes de venir acá data una buena mano. —Con dieciocho años Xavier sabía a que se refería, pero le dio tanta pena hacerlo, que prefirió mejor no hacerlo. Aunque al día siguiente, hubiese preferido mandar la pena a la mierda, porque en su primera labor todo le salió patas arriba. Y el dinero que una pelirroja como de treinta y tantos, invirtió le fue descontado a Xavier.
Varios gemidos, no muy fuertes, de puro placer se podían escuchar dentro de aquella habitación.
Xavier apretaba los dedos de sus pies, y contraía el trasero. Con los dedos: pulgar, índice, medio y anular de la mano derecha, simulaba el movimiento del coito. Mientras que con la mano izquierda comenzaba a buscar algún trozo de papel, o tela para dejar caer allí su semen caliente.
La respiración junto con las palpitaciones iban en aumento, antes de que Xavier llegara al cenit. Poco después de encontrar algo en que dejar parte de él, Xavier se vino. Un par de suspiros profundos fue lo que emitió cuando se corrió de placer; luego sacó con cuidado lo que quedaba de la descarga para no mancharse. Se puso de pie y se dirigió a un pequeño basurero que se encontraba en una de las esquinas de la habitación. Tiró allí, entonces, el trozo de papel que había conseguido para limpiarse. Anduvo sin prenda alguna, en su alcoba, mientras recogía el tiradero que había hecho cuando se desvistió.
Sacó el cinturón del pantalón rasgado, que traía puesto. Lo levantó del suelo junto con la camisa, los calcetines y los llevó al cesto de ropa sucia y les depositó allí.
El sueño parecía no asomarse, por más que luchase. Aunque ya hubiese transcurrido bastante tiempo.
Recordó como si se tratara de algo de vida o muerte, el trozo de hoja que le había dado Ricardo.
Se devolvió al cesto y busco dentro de los bolsillos del pantalón. Lo encontró y de nuevo se dirigió a su cama. Una vez más se tumbó, y esta vez cogió su móvil. Intento llamarle, pero, Ricardo no contestó. Así que decidió qué sería mejor mandarle un texto:

«Prdon, x no yamart antes. Ya stoy n ksa, todo sta bien».

«Mierda. No le coloqué mi nombre», pensó Xavier. «Cómo diablos pretendo saber, que de buenas a primera sabrá que soy yo».
Cogió de nuevo el móvil y se disponía a mandarle otro texto en el cual quedase en claro que era él y no alguien más. Cuando cogió el aparato negro, este parpadeó con las luces y dejó escuchar su estrepitoso sonido. Xavier abrió el texto, y, este decía lo siguiente:

«Gracias, x comunicart. Ya m comnzaba a preoqpar x ti. Y como tú ni sikiera m dist tu numro, no sabía a dond yamar. Pero q bueno que ygast bien a tu ksa. Saludam a tu familia y un besot para ti».

Xavier ardió en rubor, cuando leyó la última frase del texto.
—Qué idiota —masculló entre dientes. Acto seguido dejó el móvil sobre su lecho y se dedicó a vestirse. Colocó primero el bóxer, y luego una camisa blanca sin mangas. Se metió entre las sábanas. Cogió el libro, que siempre tenia bajo almohada y comenzó a leer en donde se había quedado el anterior día.

De súbito comprendí. ¡Hacerlo todo, pero no dejarle partir! Esta resolución fue tomada en un segundo.

Como algo especial leyó aquellas palabras. Y de pronto el móvil volvió a sonar y brillar.

«Sabs q jamás t pregunt como t yamabas!! Soy un tonto ; )».

Xavier dejo su libro y contesto al texto.

«Xavier. Prdon si no t contsto, s q debo dormir para q n la noxe no m qde dormido n mi puesto».

Casi al instante Ricardo contesto.

«No t preoqps. Dskansa. Sueña kn los anglitos y también kn migo».

Un segundo más tarde otro texto llegó.

«S broma, lo dl besot y lo D+. Dulcs sueños».

Xavier volvió a coger su libro y siguió leyendo. Le hacían falta aproximadamente veinte páginas para concluir su lectura. Pero como no tenía tiempo como antes, se había tardado bastante con él.

El despertador digital y el del móvil despertaron a Xavier.
Se incorporó de un saltó se vistió rápidamente. Tomo su mochila de trabajo, su móvil y se dirigió a la sala de estar.
—Ángel toma tu jer-jersey —tartamudeó Lucia.
—Gracias, mamá. —Respondió Xavier dándole un beso en la mejilla—. ¡Adiós, Noel! ¡Cuida de mamá! —Le gritó al adolecente—. Adiós mamá. Esta noche espero volver temprano. Hugo dio que llegaría temprano a su puesto. —El interior de Xavier se corroía por aquella eterna mentira.
—Está b-bien, mi A-Angelito. Que mí Dios t-te acompañe. —El rostro de Lucia, se veía mucho más convaleciente que otros días. Xavier aunque quisiera, no podía quedarse mucho más tiempo, no le quedo de otra más que partir.
Salió casi a trompicones de la casa y al hacerlo se dio de bruces con su única y mejor amiga: Anna.
—Cálmate, tío. ¿Adónde vas con tanta prisa? —Preguntó inconsciente-mente la muchacha, de cabello ondulado castaño. De tez blanca, su faz era redonda pero aún así se veía muy hermosa, con aquellos ojos chocolate. Y su sonrisa encantadora. Dueña de un carácter más encantador que su sonrisa, pero acomplejada por su gordita figura.
—Ya voy tarde.
—En serio. De eso ya me di cuenta…
—Sí, vuelvo a llegar tarde, Armando, me echa.
—¿Estás trabajando? —preguntó Anna con asombro.
—Qué tiene eso de extraño. Tú bien sabes la situación que estábamos pasando en mi casa —dijo Xavier, lo último con un tanto de desdén.
—Bueno, sí. Pero no te enfades conmigo —indicó Anna.
—Discúlpame. Es que desde un par de meses para esta fecha, todos en el barrió me bien con asco —dijo Xavier—. Pensé que tú, me ibas a cuestionar algo. O me encararías por las estupideces que se dicen de mí.
—No seas tonto. Tú bien sabes que pienso, de lo que la gente dice.
—Qué hablan de uno, porque ellos lo quisieran hacer también —dijeron los dos al mismo tiempo.
—Te dejo, si no me quedo sin empleo.
—Está bien. Adiós —Anna se despidió de Xavier con un beso en la mejilla. Aunque muy en el fondo ella hubiese deseado que fuera en los labios.

Llegó a El Fantasy, como a las ocho de la noche. Una hora antes de que abriese sus puertas al público. Se adentró en aquel sodomíco lugar.se dirigió a la parte que le correspondía a los trabajadores del grado tres. Abrió la puerta de sus aposentos, todo estaba tal y como lo había dejado. Un par de esposas aferradas a la cabecera de la cama. Un par de almohadas regadas en el piso, enfundado en una alfombra de suaves cerdas, de color celeste. Sobre el buro yacía un par de copa y una botella de vino, que se habían terminado con su clienta la pasada noche. Colgada sobre la puerta, por lado interior, un gancho del cual pendían: una bufanda negra de lana; un bolso perdido de una de las muchas clientas; un pequeño látigo de cuero y una mascada de seda en color rojo pasión.
El chico debía darse prisa, pera enfundarse en su uniforme de trabajo, antes de que llegaran los clientes.
Se cambió y limpió un poco el desorden que había quedado de la pasada noche. Unos golpecitos en su puerta le sacaron de su deber.
—Xavier, ¿ya llegaste? —preguntó una voz masculina.
—Sí, dame unos segundos, ya salgo.
—Vamos, hombre. ¡No te dio tiempo de ayudarte en tu casa! —comentó entre risitas estúpidas.
Xavier abrió la puerta con rostros asesino.
—No seas, tan puerco, quieres. ¡Yo no soy cómo tú!
—Cálmate. —Dijo fuera de sí el chico. Sus ojos de color café claro, se abrieron de par en par ante el asombro de ver salir a Xavier con una bolsa de basura, en mano. —Por eso, es que no abriste la puerta, a la primera.
—Claro. ¿Pues qué creíste que estaba haciendo? Sabes qué, mejor ni me lo digas, pervertido. —Dijo Xavier ofuscado y avergonzado a su vez. Pues de antemano sabía que Jeremías, deseaba y anhelaba pasar una noche con él, desde que llegó a El Fantasy, tres años atrás. —¿Para qué me buscabas?
—Armando, quiere hablar urgentemente contigo.
—El jefe… o tú Armando —dijo prorrumpiendo las últimas palabras en carcajadas.
—El feje, estúpido cretino —respondió Jeremías, a la defensiva.
—Gracias. Y sí ya no tienes nada que hacer aquí. Anda y ve a tu cuarto que seguramente está hecho un cochinero.
Jeremías frunció el ceño y dijo:
—Lo cretino que eres, se te ha di quitar tarde o temprano.
—Adiós.
—¡Imbécil! —espetó ofuscado Jeremías. Acto seguido marcho a sus aposentos.
Dicho todo aquello Xavier cerró tras sí la puerta de sus aposentos y se dirigió con paso firme a la oficina de Armando. Al llegar allí golpeó con los nudillos la puerta blanca.
—¡Pase, que está abierto! —Se escuchó la profunda y atemorizante voz de Armando.
Xavier inhaló un poco de aire y le exhaló antes de entrar. Cuando este cruzó el umbral se escuchó a Armando decir:
—Sí vienes a pedirme permiso para algo, es mejor que no pierdas tú tiempo. Ya sabes cuales son las políticas del lugar. —Sin siquiera quitar la vista de los papeles, que se encontraban sobre su escritorio de madera.
—¿Mandaste a llamar? —preguntó Xavier, con temor en su voz.
Al escuchar aquello Armando volvió su mirada al corpulento chico. El frío e inexpresivo rostro de Armando, pareció por un segundo, padecer pena.
—Xavier, siéntate, por favor.
—No te quiero molestar, si estás ocupado. Puedo venir más tarde.
—Descuida. Es necesario que charlemos, ahora. —Armando respondió cortésmente, indicándole al fortachón que se sentara en una de las sillas, que tenía frente del escritorio.
Con un poco de receló Xavier se sentó en la silla de la derecha, del escritorio de aquel inexpresivo e impenetrable hombre.
—Necesito hacerte un par de preguntas —dijo Armando—, serán rápidas, ya que es necesario que salgas de inmediato a hacer un par de vueltas.
Xavier asintió.
—¿Tú le has dado mi número telefónico, a alguien? —Xavier se limitó a negar con la cabeza—. ¿Conoces a alguien llamado Noel o Lucia?
—Sí, ese es el nombre de mi hermano y el de mi madre.
—Bueno, al parecer se le has dado mi número a alguien.
—Por supuesto que no. En casa ambos piensan que trabajo como portero de un edificio de oficinas. Qué motivo tendría mentirles, cada noche, durante todo este tiempo, sí les hubiese dado tú número.
—La verdad, no sé. —Le respondió Armando, mostrando una sonrisa—. Pero, cálmate qué lo que debo decirte es necesario que l tomes con calma.
Aquel inexpresivo hombre, de rasgos fuertes, comenzó a mostrarse preocupado. Unas gotas de sudor comenzaron a recorrer el contorno lateral de su nariz, algunas más, brotaban de su frente. Haciendo que algunos cabellos de su espesa y sedosa melena castaña se pegaran en ella. Incluso sus ojos de color miel se cristalizaron, al parecer unas cuantas lágrimas querían recorrer su rostro, pero aquel tosco anfitrión no lo permitió.
—Armando. ¡Maldita sea! Dime de una buena vez, ¿qué es lo que ocurre?
—Cálmate, ya te lo dije. —Insistió el hombretón—. Tu hermano menor, imagino. Llamó poco más de veinte minutos y me informó que luego de que tú te marcharas de casa, tú madre se sintió muy mal. También dijo que estuvo llamándote al móvil, hasta el cansancio pero tú no le cogiste la llamada. Y por eso, opto como última medida llamarme a mí. Una ambulancia se la llevó al hospital, y que te esperaban allá.
El rostro de Xavier se desconecto, y su cuerpo se petrifico. Las últimas palabras no las había terminado de asimilar, pero lo más importante sí lo había hecho. Se levantó sobresaltado de su silla y chilló:
—¡Armando, tú sabes que yo nunca te he renegado, sobre nada! ¡Qué tampoco te he replicado, en absoluto! —El ahora perturbado rostro de aquel personaje extraño asintió—. ¡Déjame ir al hospital esta noche! ¡Y te prometo que trabajaré más, si es que tú así lo deseas, pero, por favor dame permiso!
—¡Cálmate y siéntate, de una buena vez! —Arremetió Armando, haciendo sentir a Xavier inferior—. Sí te mande a buscar, es porque yo entiendo cuan difícil es esto. Y lo sagrado que es una madre, que ha luchado tanto para sacar adelante a sus hijos sola, para las personas como tú y yo, que nos hemos criado sin un padre.
Aquellas palabras calmaron un poco a Xavier.
—Ve, a tus aposentos, coge tus cosas. Vístete adecuadamente, anda al hospital, busca a tu hermano, a la otra chica y a tu madre. Mantenme informado que es lo que ocurre con ella y sí necesitas algo, avísame. —Al terminar su explicación, el apesumbrado rostro de Armando se torno luminoso y comprensible, cual si este fuera otra persona.
Xavier se incorporó y puso en práctica lo impuesto por su jefe, que al fin y al cabo eso era.
Al cabo de quince minutos estaba listo para ir al hospital y dejar a El Fantasy, en un segundo plano. Lo más importante ahora era la salud y el bienestar de su madre.
Cuando salió de El Fantasy, volvió la vista mientras buscaba en el jersey su móvil. Al tenerlo afuera se percató que efectivamente el trasto se había quedado sin pila. Entonces, se acercó a un teléfono de monedas y llamó a Noel. Este a su vez le explicó lo sucedido y le dijo también que Anna le acompañaba. Que no se preocupara de más y que trabajara tranquilo. Aquella última frase no le hizo mucha gracia al musculoso. Y en un arranque de preocupación decidió que iría y debía estar en el hospital junto al ser más hermoso del planeta. Al fin y al cabo ya tenía el permiso necesario.
Esta vez, la pasta fue lo único que no le importo, así que cogió un taxi y le pidió que le llevase al hospital. Cuando llegó pidió indicaciones y pronto estuvo junto a Noel y su inseparable amiga.


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