El Fantasy
Luego
de que el taxi le dejase: frente a la escuela del barrio. Xavier se encaminó a
su humilde vivienda.
Cada
vez que él pasaba por allí, las múltiples y acusadoras miradas, de las
personas, no se separan ni un segundo de él. Ya era bastante para Xavier, el
saber que allí había sido el lugar donde por primera vez vio la luz. Recordar
todo lo que le pasó en aquellas calles, que en aquel entonces eran adoquinadas.
Como para que ahora todo el mundo le mirase como un bicho raro. Sí él hacía lo
que hacía, era porque no le quedaba de otra. Y, no porque lo disfrutase o lo
hiciera para saciar su sed de ambición, como lo hacían muchos otros.
Al
inició de todo aquello, lo hizo para solventar las deudas tan altísimas que su
inconsciente padre les había dejado a la familia, luego de este marchar. Pero
ahora, más que todo, lo hacía para compararle las medicinas a su madre y para
pagar la educación de su hermano menor. Cada vez los medicamentos que
necesitaba Lucia, la madre de Xavier, eran más costosos. Y que decir de la
educación de Noel, esta era más cara día con día.
El Fantasy había
sido el único lugar en donde le permitieron a Xavier trabajar poco y ganar lo
necesario.
Xavier
le había estado mintiendo a su madre durante estos tres años. Todos los días,
él estaba seguro de qué era y de quién era. A su madre le había dicho desde el
principio que aquel trabajo era de guardia de seguridad, para un edificio de
oficinas varias, que obviamente por las noches quedaba completamente vacía.
Aunque Xavier sabía que todo aquello era una mentira: una horrible y vil
mentira.
Al
atravesar el umbral de su casa, Xavier se encontró con la estrella casi
extinta, de su madre. Aquella extraordinaria mujer, era ahora un calco de lo
que un día fue. Durante este tiempo su salud había empeorado. Su angelical y
casi perfecto rostro, se veía turbado por una fuerte alteración cerebral: que
le había lisiado medio rostro. Sus irrefrenables manos que trabajaban de lo que
se le presentase, hacía ocho años, ya se veían afectadas por la artritis. Y, su
interior hoy por hoy se vías muy mal; por todos aquellos disgustos, decepciones
y tristezas que su marido le hacía pasar día con día, desde el día que se
descubrió que se frecuentaba con otra tipa, al finalizar su jornada laboral. Su
alimentación, su estilo de vida y todo lo que ella era, ahora era un vago y
lejano recuerdo para la familia.
—Hola,
mamá —dijo Xavier dejándole marcado un beso sobre su insensible mejilla.
—Q-Que
bueno q-que hayas lle-llagado ya —dijo tartamudeando Lucia.
—Te
he traído los medicamentos para la artritis.
—Gracias,
mi ángel. Q-Qué haría y-yo sin ti. —El rostro de aquella mujer, como pudo,
logro esbozar una tierna sonrisa.
—De
nada, mamá —dijo Xavier refrenando las lágrimas—. ¿Cómo salió Noel, en su
trimestre?
—Bien
c-como siempre. —La temblorosa voz de su madre, siempre, le partía el corazón a
Xavier—. ¿Por qué tardaste tanto, hoy?
—Se
formo una de esas manifestaciones, ridículas. Y los pobres diablos obstruyeron
el paso a los vehículos y busetas.
—¿Tienes
hambre?
—No,
mami… Lo que tengo es sueño —explicó Xavier—. Voy a ducharme y luego dormiré un
poco para aguantar en la noche.
—Está
bien —respondió aquella convaleciente mujer.
Dicho
aquello Xavier se encamino a su habitación, dejando a la más maravillosa mujer
sentada en el sofá corintio, frente al televisor. Al pasar frente a la puerta
de la habitación de su hermano, cinco años menor. Escuchó una de sus canciones
favoritas. Se paro de golpe y tocó la puerta con recelo. El sonido de la
canción fue descendiendo hasta escucharse moderadamente.
—¡Gracias!
—Le gritó Xavier.
—¡Ya,
es tardísimo! —Contesto Noel—. ¿Te ducharás?
—¡Claro!...
Unos
sonidos sordos se escucharon con rumbo a la puerta. Cuando esta se abrió
apareció Noel; el pequeño chico de dieciséis años, con sus lacios y sedosos
cabellos negros. Dueño de uno ojos aún más claros que los de su hermano mayor,
aunque obstruidos por un par de gafas de aros grandes. Su blanquecina y
translucida piel, idéntica a la de Xavier. Llevaba consigo, en mano, una boleta
en cartulina celeste.
—Esta
vez, seguramente, te sentirás muy feliz. —Dijo El chico más joven, esbozándole
una sonrisa a su hermano.
—¿Lo
dudas?
—Claro
que no.
—Veamos,
si es cierto lo que dices. —Xavier abrió la cartilla y comenzó a revisarla
meticulosamente. —Tenía razón… ¡Enhorabuena! —Como un impulsó Xavier le dio un
abrazo fraternal a su pequeño hermano.
—Gracias,
hermano. Me siento satisfecho, cuando veo que tu lo estas.
Hubo
un silencio muy perturbador por unos segundos. Pero Xavier, quién habló primero
dijo:
—¿Necesitas
algo, extra? —indagó Xavier con premura.
El
semblante de Noel se torno un poco tonto, saco un poco la lengua y le mordió.
También guiñó el ojo derecho y con la mano izquierda tiro de su cabello.
—Anda,
pídelo.
—Ayer,
fui al centro comercial con Jennifer y, allí vimos unos reproductores. La
verdad, no es gran cosa, pero, sí me gustaría tener uno.
El
rostro juguetón de Noel se torno serio al confirmar lo que necesitaba.
—No
se diga más. Te lo has ganado, con mucho esmero. Este fin de semana, cuando me
den mi paga, iremos con mamá al centro comercial y te lo compraré.
—¿Estás
seguro? —preguntó apenado Noel.
—Sí,
claro. ¿Por qué no?
El
angelical rostro de Noel se vio sobrexaltado. A simple vista se veía, que no
cabía en él de felicidad.
—Eres
el mejor. ¡Se lo diré a mamá!
Dicho
esto Noel, se fue canturreando de felicidad hacía donde se encontraba Lucia.
Xavier
entro a su alcoba y cerró la puerta tras de sí. Tomo su toalla, sus sandalias,
interiores y los colocó sobre su lecho. Acto seguido se desvistió de frente al
espejo, puesto que le gustaba ver lo que había pasado con aquel cuerpo de
pelele. Darse cuenta de cómo aquel alfeñique ya no existía y, ahora se podía
apreciar su bien definido cuerpo. Ya los encasillamientos para él eran cosa del
pasado, hoy por hoy, su rostro, que representase el mayor de los problemas, no
lo era más.
Su
fuerte dorso, ancho e hinchado cual si fuera Hércules era un placer simplemente
verle. Aquellas poderosas piernas y los brazos ensanchados, en los cuales
cualquiera enloquecería tan siquiera imaginar, por un segundo, ser participe en
uno de los más cándidos y tiernos abrazos. Aquel vientre, envidiable, firme,
bien definido que a su vez era suave y tierno, especial para dormitar sobre el.
Su trasero respingo y redondo; era capaz de hacer emerger a cualquiera, pasión
excesiva, cual si este fuera el premio tan anhelado por un jugador que se había
dedicado a malgastar su fortuna en interminables ocasiones. Y, un poco más
adelante, un gran miembro aprisionado en aquellos ajustados calzones cortos.
Aquella parte, se le veía grande; naturalmente, sin siquiera estar excitado.
Cosa que le costaba mucho desde que empezó a trabajar en El Fantasy.
Como
lluvia gélida, por su mente, se escucharon muchas frases de los interminables
clientes. Cosa que al fortachón, no le agradaba recordar.
—Ángel,
se te hace muy tarde…
Aquellas
palabras sacaron de su ensimismamiento a Xavier, quien pronto se dirigió al
cuarto de baño y se dio, una merecida ducha.
No
tardo más de diez minutos, en la ducha. Salió de aquel pequeño cubículo,
envuelto en su toalla de color menta. Se paró frente al lavado, tomó su cepillo
de dientes, le agregó un poco de dentífrico y capillos su hermosa dentadura
blanca. Se enjuagó la boca y se volvió a su alcoba. Al ingresar, cerró la
puerta con llave, pues ahora más que nunca se sentiría muy avergonzado, sí su
madre o Noel le viesen completamente desnudo. Se despojó de la toalla. Y se vio
una vez más. Para cualquiera esto era un espectáculo maravilloso. Sus piernas,
su estómago y su entrepierna no presentaban rastro alguno de vellos. Haciendo
que su miembro se viera aún más grande de lo que realmente era.
Se
tumbó sobre su lecho, abrió las piernas y comenzó a manosearse. Tardó un poco
en tener su pene duro, haciéndose ver más grande. Listo para masturbarse,
recordó como había sido su primera vez en El
Fantasy. Todo se había estropeado, por no seguir el consejo de Braulio.
—Para
que todo te salga bien, con las clientas, antes de venir acá data una buena
mano. —Con dieciocho años Xavier sabía a que se refería, pero le dio tanta pena
hacerlo, que prefirió mejor no hacerlo. Aunque al día siguiente, hubiese
preferido mandar la pena a la mierda, porque en su primera labor todo le salió
patas arriba. Y el dinero que una pelirroja como de treinta y tantos, invirtió
le fue descontado a Xavier.
Varios
gemidos, no muy fuertes, de puro placer se podían escuchar dentro de aquella
habitación.
Xavier
apretaba los dedos de sus pies, y contraía el trasero. Con los dedos: pulgar,
índice, medio y anular de la mano derecha, simulaba el movimiento del coito.
Mientras que con la mano izquierda comenzaba a buscar algún trozo de papel, o
tela para dejar caer allí su semen caliente.
La
respiración junto con las palpitaciones iban en aumento, antes de que Xavier
llegara al cenit. Poco después de encontrar algo en que dejar parte de él,
Xavier se vino. Un par de suspiros profundos fue lo que emitió cuando se corrió
de placer; luego sacó con cuidado lo que quedaba de la descarga para no
mancharse. Se puso de pie y se dirigió a un pequeño basurero que se encontraba
en una de las esquinas de la habitación. Tiró allí, entonces, el trozo de papel
que había conseguido para limpiarse. Anduvo sin prenda alguna, en su alcoba,
mientras recogía el tiradero que había hecho cuando se desvistió.
Sacó
el cinturón del pantalón rasgado, que traía puesto. Lo levantó del suelo junto
con la camisa, los calcetines y los llevó al cesto de ropa sucia y les depositó
allí.
El
sueño parecía no asomarse, por más que luchase. Aunque ya hubiese transcurrido
bastante tiempo.
Recordó
como si se tratara de algo de vida o muerte, el trozo de hoja que le había dado
Ricardo.
Se
devolvió al cesto y busco dentro de los bolsillos del pantalón. Lo encontró y
de nuevo se dirigió a su cama. Una vez más se tumbó, y esta vez cogió su móvil.
Intento llamarle, pero, Ricardo no contestó. Así que decidió qué sería mejor
mandarle un texto:
«Prdon, x no yamart antes. Ya stoy
n ksa, todo sta bien».
«Mierda.
No le coloqué mi nombre», pensó Xavier. «Cómo diablos pretendo saber, que de
buenas a primera sabrá que soy yo».
Cogió
de nuevo el móvil y se disponía a mandarle otro texto en el cual quedase en
claro que era él y no alguien más. Cuando cogió el aparato negro, este parpadeó
con las luces y dejó escuchar su estrepitoso sonido. Xavier abrió el texto, y,
este decía lo siguiente:
«Gracias, x comunicart. Ya m
comnzaba a preoqpar x ti. Y como tú ni sikiera m dist tu numro, no sabía a dond
yamar. Pero q bueno que ygast bien a tu ksa. Saludam a tu familia y un besot
para ti».
Xavier
ardió en rubor, cuando leyó la última frase del texto.
—Qué
idiota —masculló entre dientes. Acto seguido dejó el móvil sobre su lecho y se
dedicó a vestirse. Colocó primero el bóxer, y luego una camisa blanca sin
mangas. Se metió entre las sábanas. Cogió el libro, que siempre tenia bajo
almohada y comenzó a leer en donde se había quedado el anterior día.
De
súbito comprendí. ¡Hacerlo todo, pero no dejarle partir! Esta resolución fue
tomada en un segundo.
Como
algo especial leyó aquellas palabras. Y de pronto el móvil volvió a sonar y
brillar.
«Sabs q jamás t pregunt como t yamabas!! Soy
un tonto ; )».
Xavier
dejo su libro y contesto al texto.
«Xavier. Prdon si no t contsto, s q
debo dormir para q n la noxe no m qde dormido n mi puesto».
Casi
al instante Ricardo contesto.
«No t preoqps. Dskansa. Sueña kn
los anglitos y también kn migo».
Un
segundo más tarde otro texto llegó.
«S broma, lo dl besot y lo D+. Dulcs sueños».
Xavier
volvió a coger su libro y siguió leyendo. Le hacían falta aproximadamente
veinte páginas para concluir su lectura. Pero como no tenía tiempo como antes,
se había tardado bastante con él.
El
despertador digital y el del móvil despertaron a Xavier.
Se
incorporó de un saltó se vistió rápidamente. Tomo su mochila de trabajo, su
móvil y se dirigió a la sala de estar.
—Ángel
toma tu jer-jersey —tartamudeó Lucia.
—Gracias,
mamá. —Respondió Xavier dándole un beso en la mejilla—. ¡Adiós, Noel! ¡Cuida de
mamá! —Le gritó al adolecente—. Adiós mamá. Esta noche espero volver temprano.
Hugo dio que llegaría temprano a su puesto. —El interior de Xavier se corroía
por aquella eterna mentira.
—Está
b-bien, mi A-Angelito. Que mí Dios t-te acompañe. —El rostro de Lucia, se veía
mucho más convaleciente que otros días. Xavier aunque quisiera, no podía
quedarse mucho más tiempo, no le quedo de otra más que partir.
Salió
casi a trompicones de la casa y al hacerlo se dio de bruces con su única y
mejor amiga: Anna.
—Cálmate,
tío. ¿Adónde vas con tanta prisa? —Preguntó inconsciente-mente la muchacha, de
cabello ondulado castaño. De tez blanca, su faz era redonda pero aún así se
veía muy hermosa, con aquellos ojos chocolate. Y su sonrisa encantadora. Dueña
de un carácter más encantador que su sonrisa, pero acomplejada por su gordita
figura.
—Ya
voy tarde.
—En
serio. De eso ya me di cuenta…
—Sí,
vuelvo a llegar tarde, Armando, me echa.
—¿Estás
trabajando? —preguntó Anna con asombro.
—Qué
tiene eso de extraño. Tú bien sabes la situación que estábamos pasando en mi
casa —dijo Xavier, lo último con un tanto de desdén.
—Bueno,
sí. Pero no te enfades conmigo —indicó Anna.
—Discúlpame.
Es que desde un par de meses para esta fecha, todos en el barrió me bien con
asco —dijo Xavier—. Pensé que tú, me ibas a cuestionar algo. O me encararías
por las estupideces que se dicen de mí.
—No
seas tonto. Tú bien sabes que pienso, de lo que la gente dice.
—Qué
hablan de uno, porque ellos lo quisieran hacer también —dijeron los dos al
mismo tiempo.
—Te
dejo, si no me quedo sin empleo.
—Está
bien. Adiós —Anna se despidió de Xavier con un beso en la mejilla. Aunque muy
en el fondo ella hubiese deseado que fuera en los labios.
Llegó
a El Fantasy, como a las ocho de la
noche. Una hora antes de que abriese sus puertas al público. Se adentró en
aquel sodomíco lugar.se dirigió a la parte que le correspondía a los
trabajadores del grado tres. Abrió la puerta de sus aposentos, todo estaba tal
y como lo había dejado. Un par de esposas aferradas a la cabecera de la cama.
Un par de almohadas regadas en el piso, enfundado en una alfombra de suaves
cerdas, de color celeste. Sobre el buro yacía un par de copa y una botella de
vino, que se habían terminado con su clienta la pasada noche. Colgada sobre la
puerta, por lado interior, un gancho del cual pendían: una bufanda negra de
lana; un bolso perdido de una de las muchas clientas; un pequeño látigo de
cuero y una mascada de seda en color rojo pasión.
El
chico debía darse prisa, pera enfundarse en su uniforme de trabajo, antes de
que llegaran los clientes.
Se
cambió y limpió un poco el desorden que había quedado de la pasada noche. Unos
golpecitos en su puerta le sacaron de su deber.
—Xavier,
¿ya llegaste? —preguntó una voz masculina.
—Sí,
dame unos segundos, ya salgo.
—Vamos,
hombre. ¡No te dio tiempo de ayudarte en tu casa! —comentó entre risitas
estúpidas.
Xavier
abrió la puerta con rostros asesino.
—No
seas, tan puerco, quieres. ¡Yo no soy cómo tú!
—Cálmate.
—Dijo fuera de sí el chico. Sus ojos de color café claro, se abrieron de par en
par ante el asombro de ver salir a Xavier con una bolsa de basura, en mano. —Por
eso, es que no abriste la puerta, a la primera.
—Claro.
¿Pues qué creíste que estaba haciendo? Sabes qué, mejor ni me lo digas,
pervertido. —Dijo Xavier ofuscado y avergonzado a su vez. Pues de antemano
sabía que Jeremías, deseaba y anhelaba pasar una noche con él, desde que llegó
a El Fantasy, tres años atrás. —¿Para
qué me buscabas?
—Armando,
quiere hablar urgentemente contigo.
—El
jefe… o tú Armando —dijo prorrumpiendo las últimas palabras en carcajadas.
—El
feje, estúpido cretino —respondió Jeremías, a la defensiva.
—Gracias.
Y sí ya no tienes nada que hacer aquí. Anda y ve a tu cuarto que seguramente
está hecho un cochinero.
Jeremías
frunció el ceño y dijo:
—Lo
cretino que eres, se te ha di quitar tarde o temprano.
—Adiós.
—¡Imbécil!
—espetó ofuscado Jeremías. Acto seguido marcho a sus aposentos.
Dicho
todo aquello Xavier cerró tras sí la puerta de sus aposentos y se dirigió con
paso firme a la oficina de Armando. Al llegar allí golpeó con los nudillos la
puerta blanca.
—¡Pase,
que está abierto! —Se escuchó la profunda y atemorizante voz de Armando.
Xavier
inhaló un poco de aire y le exhaló antes de entrar. Cuando este cruzó el umbral
se escuchó a Armando decir:
—Sí
vienes a pedirme permiso para algo, es mejor que no pierdas tú tiempo. Ya sabes
cuales son las políticas del lugar. —Sin siquiera quitar la vista de los
papeles, que se encontraban sobre su escritorio de madera.
—¿Mandaste
a llamar? —preguntó Xavier, con temor en su voz.
Al
escuchar aquello Armando volvió su mirada al corpulento chico. El frío e
inexpresivo rostro de Armando, pareció por un segundo, padecer pena.
—Xavier,
siéntate, por favor.
—No
te quiero molestar, si estás ocupado. Puedo venir más tarde.
—Descuida.
Es necesario que charlemos, ahora. —Armando respondió cortésmente, indicándole
al fortachón que se sentara en una de las sillas, que tenía frente del
escritorio.
Con
un poco de receló Xavier se sentó en la silla de la derecha, del escritorio de
aquel inexpresivo e impenetrable hombre.
—Necesito
hacerte un par de preguntas —dijo Armando—, serán rápidas, ya que es necesario
que salgas de inmediato a hacer un par de vueltas.
Xavier
asintió.
—¿Tú
le has dado mi número telefónico, a alguien? —Xavier se limitó a negar con la
cabeza—. ¿Conoces a alguien llamado Noel o Lucia?
—Sí,
ese es el nombre de mi hermano y el de mi madre.
—Bueno,
al parecer se le has dado mi número a alguien.
—Por
supuesto que no. En casa ambos piensan que trabajo como portero de un edificio
de oficinas. Qué motivo tendría mentirles, cada noche, durante todo este
tiempo, sí les hubiese dado tú número.
—La
verdad, no sé. —Le respondió Armando, mostrando una sonrisa—. Pero, cálmate qué
lo que debo decirte es necesario que l tomes con calma.
Aquel
inexpresivo hombre, de rasgos fuertes, comenzó a mostrarse preocupado. Unas
gotas de sudor comenzaron a recorrer el contorno lateral de su nariz, algunas
más, brotaban de su frente. Haciendo que algunos cabellos de su espesa y sedosa
melena castaña se pegaran en ella. Incluso sus ojos de color miel se
cristalizaron, al parecer unas cuantas lágrimas querían recorrer su rostro,
pero aquel tosco anfitrión no lo permitió.
—Armando.
¡Maldita sea! Dime de una buena vez, ¿qué es lo que ocurre?
—Cálmate,
ya te lo dije. —Insistió el hombretón—. Tu hermano menor, imagino. Llamó poco
más de veinte minutos y me informó que luego de que tú te marcharas de casa, tú
madre se sintió muy mal. También dijo que estuvo llamándote al móvil, hasta el
cansancio pero tú no le cogiste la llamada. Y por eso, opto como última medida
llamarme a mí. Una ambulancia se la llevó al hospital, y que te esperaban allá.
El
rostro de Xavier se desconecto, y su cuerpo se petrifico. Las últimas palabras
no las había terminado de asimilar, pero lo más importante sí lo había hecho.
Se levantó sobresaltado de su silla y chilló:
—¡Armando,
tú sabes que yo nunca te he renegado, sobre nada! ¡Qué tampoco te he replicado,
en absoluto! —El ahora perturbado rostro de aquel personaje extraño asintió—.
¡Déjame ir al hospital esta noche! ¡Y te prometo que trabajaré más, si es que
tú así lo deseas, pero, por favor dame permiso!
—¡Cálmate
y siéntate, de una buena vez! —Arremetió Armando, haciendo sentir a Xavier inferior—.
Sí te mande a buscar, es porque yo entiendo cuan difícil es esto. Y lo sagrado
que es una madre, que ha luchado tanto para sacar adelante a sus hijos sola,
para las personas como tú y yo, que nos hemos criado sin un padre.
Aquellas
palabras calmaron un poco a Xavier.
—Ve,
a tus aposentos, coge tus cosas. Vístete adecuadamente, anda al hospital, busca
a tu hermano, a la otra chica y a tu madre. Mantenme informado que es lo que
ocurre con ella y sí necesitas algo, avísame. —Al terminar su explicación, el
apesumbrado rostro de Armando se torno luminoso y comprensible, cual si este
fuera otra persona.
Xavier
se incorporó y puso en práctica lo impuesto por su jefe, que al fin y al cabo
eso era.
Al
cabo de quince minutos estaba listo para ir al hospital y dejar a El Fantasy, en un segundo plano. Lo más
importante ahora era la salud y el bienestar de su madre.
Cuando
salió de El Fantasy, volvió la vista
mientras buscaba en el jersey su móvil. Al tenerlo afuera se percató que
efectivamente el trasto se había quedado sin pila. Entonces, se acercó a un
teléfono de monedas y llamó a Noel. Este a su vez le explicó lo sucedido y le
dijo también que Anna le acompañaba. Que no se preocupara de más y que
trabajara tranquilo. Aquella última frase no le hizo mucha gracia al musculoso.
Y en un arranque de preocupación decidió que iría y debía estar en el hospital
junto al ser más hermoso del planeta. Al fin y al cabo ya tenía el permiso
necesario.
Esta
vez, la pasta fue lo único que no le importo, así que cogió un taxi y le pidió
que le llevase al hospital. Cuando llegó pidió indicaciones y pronto estuvo
junto a Noel y su inseparable amiga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario