Lo Que Tanto Dolor Te Causo
Había
transcurrido poco más de cuatro +días. El cuadro clínico que presentaba Lucia
era un poco deprimente. Los médicos habían dicho que solamente, dejaban su
recuperación al tiempo, pues ellos ya habían hecho todo lo que estaba a su
alcanza, para que mejorase. Aunque todo indicaba que los esfuerzos hasta ahora
habían sido en vano.
Xavier,
quien no se había meneado un ápice del cuarto pisó desde el sábado ya entrada
la noche, le insistió a Noel que su lugar en estos momentos no era el hospital
sino el colegio. Argumentando que, era más que suficiente que él estuviese ahí.
Anna por su parte apoyó la iniciativa de Xavier, llevándose consigo a Noel;
dejándole solitario en aquella deplorable atmosfera, desde el atardecer del
domingo. Esos primeros días, se había mantenido sin pila en su móvil, y con
mucho esfuerzo había entablado una pequeña y fugaz amistad con una chica que le
había hecho saber que el hospital ya era como su segundo hogar. Pues desde hace
más de seis meses se encontraba en aquel lugar. Ella le mostró, con quién y en
dónde podía comprar minutos para el móvil y llenar de nuevo su pila si es que
eso era lo que necesitaba. Xavier muy agradecido le invitó a almorzar el cuarto
día de tan larga espera.
Esa
misma tarde siguió el consejo de la chica.
Una
hora más tarde, Xavier vio todas las llamadas y los textos que había recibido
durante estos días, y que no había podido ver. Varias llamadas eran del número
telefónico de su casa, otras más de Noel y unas cuantas de Anna. Los textos por
su parte eran muy variados: promocionales, de sus compañeros de facultad, de
Armando, de Paul uno de sus compañeros de trabajo, pero de entre todos había uno
que resaltó más que los demás.
El
texto había llegado poco más del mediodía y, el número que marcaba era el de
Ricardo, anquen Xavier no se acordase de el. Xavier le abrió y le leyó:
«Fue muy xtraño no abert visto stos
2 dias x la U. Q pasó?».
Fue
perturbador para Xavier, pero aun así le contesto al texto.
«E stado durant 4 dias n l
hospital. Y asta oi consgui kien ynara mi pila. Prdon, no debo involucrart n
mis problemas. Gracias x preoqpart».
Le
envió y en seguida escribió otro texto:
«An, cuando vngas d nuevo al
hospital podrías traerm l transformador dl móvil, S caro consguir pila x acá,
Xavi».
Guardó
el móvil en el bolsillo izquierdo del jersey y se tumbó cual si fuera un muerto
en vida, sobre uno de los banquillos de espera. Cuando de repente el móvil sonó
y encendió las luces. Lo sacó nuevamente del jersey y se percató que era otro
texto. Le leyó y pronto se dio cuenta que era de Ricardo.
«T paso algo? T puedo ayudar n
algo? Si ncesitas pasta, avisam?».
«No t preoqpes. Yo stoy bien. S mi
madre kien sta ospitalizada».
Al
concluir de escribir el texto cambió el móvil a modo de reunión para que no
molestara a los que cómo él, estaban allí en guardia de alguna persona tan
importante, como lo era su madre. Se recostó un poco para conciliar un poco de
sueño pero otro texto llegó.
«Spero no incomodart. N q ospital
stas? Kisiera Star kntigo n stos dificils momntos».
Avergonzado,
Xavier respondió y cerró los ojos. Guardando el móvil, dentro de los bolsillos
del pantalón, donde le había tenido durante este tiempo para que no se lo
robasen.
Ricardo
se sintió mal, al ver que Xavier no le respondió el texto.
Cuando
se disponía el ir a la cama, llegó el tan anhelado mensaje. Aquello represento
una punzada en la boca del estómago, del chico de piel canela. Para saber que
sucedía: Ricardo mandó un segundo texto. Este fue contestado con muchas más
rapidez que el primero. La respuesta le impaciento haciéndolo mandar un tercer
texto: preguntado en dónde se encontraba. Listo para marchar Ricardo buscó su cartera
y vio en su interior: aún tenía un poco de dinero de la semana pasada y lo que
su padre le había dado para esta semana. Ricardo tiró el móvil sobre su cama y
comenzó a rebuscar en el armario un pantalón una camisa y un jersey. Ya se
había enfundado en el pantalón y se encontraba sin camisa cuando llegó el tan
anhelado texto.
«Stoy n un ospital público. L q sta
entre la 9na y 8va caye. Aprsurat, necsito a alguien como tu n stos momentos. Preciento
que algo malo va a ocurrir».
Aquello
hizo que Ricardo sacara luces mientras se cambiaba. Ya no se duchó, como
hubiese deseado. No se peino y casi olvida el móvil y la cartera.
Cuando
descendía para salir de casa, se topó con sus padres, quienes se encontraban
charlando en la mesa con un para de copas de vino tinto en mano.
—¿Adónde
vas, tan mal vestido? —inquirió su madre, una mujer tirana. Que aunque vistiese
de marca y hubiese estudiado en los mejores colegios toda su va, nunca aprendió
modales.
—Déjalo,
es muy su problema si viste así, o de otra manera. —Le contestó el padre de
Ricardo, quién era todo lo contrario a su madre.
—Necesito
ir al hospital —dijo Ricardo con premura—. ¿Podrías prestarme un poco de
dinero? Y, me lo desquitas de lo que me vayas a dar la próxima semana.
—¿Al
hospital? —preguntó asqueada, Raquel—. ¿Tú que diablos tienes que hacer allí?
—¡Basta,
Raquel! Mira como esta de preocupado el niño. —Le espetó un poco abrumado
Maximiliano a su esposa—. ¿Cuánto necesitas? —preguntó volviendo la mirada a su
hijo.
—Tal
vez, cien o doscientos por si acaso.
Maximiliano
saco del bolsillo interior de su saco una cartera repleta de billetes de toda
nomenclatura. Tomo uno de cien, uno de cincuenta, uno de veinte, uno de diez y
dos de cinco, y se los entregó a Ricardo en la mano. Este a su vez le dio un
beso en la mejilla y le agradeció. Lo mismo hizo con su madre y se dirigió a la
puerta de la casa. Escuchó a su padre decir:
—Hijo,
descuida ese dinero no será parte de lo que recibirás la próxima semana.
Entonces,
Ricardo salió de su casa de tras plantas y se dirigió a la avenida principal,
para coger un taxi.
Mientras
tanto, en su casa se levantó una pequeña disputa entre ambos padre.
—¿Por
qué, le diste ese dinero?
—¿Por
qué no le habría de dar ese dinero?
—Por
Dios, Maximiliano. ¿Acaso has visto, lo triste y melancólico que ha estado
durante todo este tiempo? —inquirió angustiada—. ¡Tengo miedo que se puedas
suicidar! —chilló como chiquilla.
—Sí,
me he dado cuenta de eso. Pero, ¿tú viste lo contrariado que se veía hoy? —contestó
y preguntó a su vez Maximiliano con una clama muy extraña.
—No.
—Por
una parte, muy buen parte diría yo; se veía que no cabía en sí de felicidad.
Pero por la otra se veía muy angustiado. Pero no como siempre. La congoja de
hoy es diferente. Por otros motivos.
—¿Y
sí, ha decidido beber? Qué va a decir, la sociedad de nosotros, si nuestro hijo
se vuelve un ebrio, un borracho.
—Sería
su decisión. Ya no es un chiquillo tiene veinte años y el próximo mes cumplirá
los veintiuno, ya no es nuestro cuidarle como antes.
—Cómo
puedes decir eso. ¿Acaso, tú soportarías a un borracho en tu casa? —explicó
Raquel—. ¿Sabiendo que te podría robar todo, incluso el apellido?
—Si
es mi hijo, sí. —Respondió Maximiliano—. Yo confió plenamente en todos lo
valores que le hemos inculcado a Ricardo. Así que no creo que vaya a echar su
vida por la borda.
Al
concluir aquella frase, Raquel se empinó la copa y bebió todo el vino tinto que
tenía en ella. Dejo la misma, con visible enfado, sobre la mesa y se marchó a
su habitación. Maximiliano siguió con su copa en la mano, como sí nada hubiese
pasado. Se levantó tras unos minutos, sin premura, aún con la copa en la mano.
Se acercó al teléfono y marco el número de Lucas.
Ricardo
llegó a las puertas del hospital. Ahí las cosas no fueron tan fáciles como lo
habían sido hasta entonces.
—Por
favor, no seas así. Entienda, necesito entrar.
—Entiéndame
usted a mí. No puedo dejarle pasar así como si nada.
Ricardo
hizo una mueca de inconformidad. Se dio media vuelta y el marcó a Xavier.
—¿Bueno?
—Xavier,
soy yo, Ricardo. Disculpa que te moleste, pero el poli de la entrada no me
quiere dejar pasar.
—¿Por
qué?
—Si
supiera, ¿crees que te molestaría? —explicó Ricardo—. Podrías bajar y ver que
podemos hacer para que yo pueda entrar.
—No
te muevas de ahí, dentro de unos minutos estoy contigo.
Dicho
esto, Ricardo cortó la comunicación se giro nuevamente en dirección del portero
y le dijo un poco enfadado:
—Ya
viene por mí, y entonces quisiera verle, tratando de detenerme.
Con
premura Xavier descendió los cuatro pisos, para llegar con la persona que
seguramente le ayudará en este trago amargo.
Al
llegar vio como Ricardo aún parloteaba sobrexaltado, haciendo diferentes gestos
y levantando los brazos al aire y, luego dejándolos caer cual si fueran gotas
de lluvia que caen sin detenerse e impactan con el suelo, dejando de ser.
Con
paso menos agitado, Xavier llegó hasta donde estaban ellos.
—¿Hay
algún problema? —preguntó Xavier, con un vos profunda y enfadado.
El
portero giró al escuchar tan fuerte pregunta. El rostro de Xavier, hoy más que
nunca se veía funesto, amargo y completamente desahuciado.
—No,
señor —Respondió el guardia con precaución, esbozándole una sonrisa a Xavier—.
Solamente un pequeño incidente, con el joven. —Concluyó de explicar.
—Sí,
dígame por favor ¿cuál es?
—El
chico, viene vestido como si fuera al gimnasio y no a un hospital. No trae
tampoco, ninguno documento de identificación valido, y, aun así insiste que le
deje entrar —dijo el portero—. Ahora, usted dígame, cómo le puedo dejar pasar,
de esa manera. Además, entre usted y yo, se ve un poco afeminado.
—Usted
tiene razón, caballero. —le comentó con el respectivo respeto—. Es muy sabio de
su parte, tomar esas medidas, pero acaso usted no ha pensado que el pobre
diablo, puede necesitar entrar a ver a alguna persona que ha sido referida al
hospital de emergencia. O tal vez, el mismo venga de emergencia. O acaso usted
trata de negarle el ingreso a esa persona a un lugar público. O tal vez usted
sea una persona llena de prejuicios, que optaría a no dejarle pasar, antes de
faltar a su encerrada mente.
—No,
mi intención, nunca ha sido esa.
—En
lo que a mi me concierne eso es lo que parece.
Ricardo,
que se había quedado detrás del portero, en ocasiones estuvo a punto de soltar
tremendas risotadas, aunque se logro contener y lo único que hacía, eran muecas
varias con el rostro, conforme transcurría la conversación entre aquellos dos
hombres.
—No
—arremetió ofuscado el portero—. Es nunca fue mi intención...
—Sabía
usted, que por esto podría perder el empleo. —interrumpió Xavier rápidamente,
sin dejar que el preocupado hombre continuara su explicación.
—Olvidemos,
todo este embrolló. —Comentó Xavier con una sonrisa en el rostro—. Dejé pasar
al joven y asunto arreglado.
Al
ver que no había de otra el portero asintió.
—Ya
puede pasar, —le dijo a Ricardo sin mirarle nuevamente pues el hombre desde muy
temprana edad, fue enseñado a odiar a los niños que eran más delicados que los
demás.
—Gracias.
Ya ves usted como al final, la razón siempre le gana a la torpeza.
El
rostro del portero se mostró aun más enfadado que antes, con Ricardo.
—Basta.
—le dijo Xavier a Ricardo, sin que el portero se diera cuenta.
—Gracias
por venir. Vamos es por acá. —Añadió sujetándole del brazo, se lo llevó a los
elevadores—. ¿O prefieres ir por las escaleras? —preguntó Xavier al ver la
mueca que había hecho Ricardo.
—No,
el elevador es perfecto.
Lo
que Xavier no sabía era que Ricardo, le tenía verdadero pavor a los elevadores.
El
ascenso fue sumamente rápido. Y al llegar a donde se encontraba anteriormente
Xavier, la chica que había conocido le abordó.
—Xavier,
una enfermera te andaba buscando. Yo me tome el atrevimiento de decirle que
andaba por ahí comiendo algo.
Los
ojos de Ricardo se encendieron en pura rabia, pues la chica era muy mona.
Esbelta, alta. Su melena castaña atada en un lazo, que se veía un poco
descuidada, pero aun así se veía hermosa, le caía por la parte trasera de su
cabeza llegándole hasta los hombros. Su rostro era angelical, mucho más bello
que el Ricardo. Sus cejas bien definidas. Sus pestañas, parecían un par de
negros abanicos rizados. Estos hacían resaltar una mirada tentadora. Sus ojos
en tono miel, hacían perfecta simetría con el resto de ella. Sus labios
carnosos y rosados. Sus pómulos cual si fuera una modelo de las que salen en
revistas de moda. Aquella mujer era una diosa. Y aunque así no lo fuera,
Ricardo la vio como una amenaza latente.
—¡Hola!
—dijo al fin Ricardo, con un poco de desazón en su voz.
Aquello
hizo que la pareja se girara a verle. Ricardo se sintió mal pues ese nunca
había sido su comportamiento. Xavier se acerco a Ricardo, le dio un pequeño
tirón y le llevó con la chica.
—Rita,
él es Ricardo. Ricardo, ella es Rita. —Xavier les presentó.
—Es
un placer, Ricardo —añadió el chico de piel canela.
—El
placer es todo mío —respondió Rita.
Ricardo
se ruborizo, pues aquellos ojos y aquel rostro le hicieron sentirse feo y mal
con el mismo.
—Me
decías —le dijo Xavier a Rita dejando a un lado a Ricardo.
Cuando
Rita iba a proseguir con la explicación apareció de nuevo la enfermera se le
acercó a los tres y se llevó a Xavier, con premura.
—Qué
guapo es —comentó Rita, mientras se alejaba con la enfermera por uno de los
pasillos—. Es una lastima que ya tenga novia o esposa o lo que sea.
Ricardo
se quedo petrificado, no pudo ni quiso decir nada. Aunque por su mente pasaron
muchas cosas, que decir ante aquella noticia.
—Ricardo,
ven. —Le dijo Rita posando una mano sobre el hombro izquierdo del chico. Ambos
se sentaron en los banquillos y entonces Rita se soltó el lazo. Mostrando su
melena tal y como era: una espesa y ondulada melena castaña.
Xavier
fue llevado, por la enfermera, por uno de los pasillos del cuarto piso del
hospital, salieron del mismo y giraron a la derecha. Llegaron a la oficina del
doctor que estuvo atendiendo a Lucia, durante este tiempo.
—Aquí
está, doctor —dijo la enfermera mientras se daba media vuelta y se retiraba
para seguir sus labores.
Xavier
no entendió que es lo que pasaba.
—Siéntese,
por favor. —Le pidió el doctor señalando una de las sillas que tenía frente a
su escritorio.
—¿Ocurre
algo, doctor? —Quiso saber el fortachón, mientras tomaba asiento, tal y como lo
había pedido el doctor.
—Quiero
que tome con calma lo que le voy a decir. —Aquellas palabras fueron como un
balde de agua helada corriendo por la espalda del fornido hombre. —Yo sé, que
todos quisiéramos que las cosas malas nunca llegasen, pero en ocasiones es
inevitable.
Unas
cuantas lágrimas recorrieron la acongojada faz de Xavier.
—Hicimos
todo lo que estuvo en nuestras manos. Y, al parecer no fue lo suficiente. —El
doctor se quito las gafas y se froto los ojos—. Tanto usted como yo, hubiésemos
deseado que no pasara, pero no pudo ser.
Aquello
hizo que Xavier prorrumpiera en llanto. Unos brutales gemidos se escucharon en
aquella oficina. Mientras el doctor se puso de pie y avanzo hacia Xavier,
brindándole un abrazo fraternal, un abrazo que necesitaría cualquiera que
estuviese pasando por un momento como ese.
—Sea
fuerte.
—¿A
qué hora murió? —preguntó Xavier entre sus llantos.
—Su
muerte oficial fue a las nueve de la noche con trece minutos. Aproximadamente
cinco minutos.
Unos
bramidos, que solamente un alma dolida podían emitir se escucharon.
Mientras
tanto, Ricardo indago en el asunto de la supuesta novia de Xavier. Rita sin
saber de los sentimientos de Ricardo para con Xavier, le dijo todo. Algo se
quebró, nuevamente, en el interior de moreno. Su triste semblante ahora se veía
enfadado, en serio.
Como
si se tratara de un ebrio Xavier aprecio, por el mismo pasillo, por el cual se
lo había llevado la enfermera. Tanto Rita como Ricardo salieron a su encuentro,
al verle en tal estado. Lo primero que hizo fue lanzarse a los brazos de
Ricardo. El chico de piel canela sintió morirse de placer.
—Se
ha muerto. Falleció. —Su voz se percibía dolida y ausente—. Mi madre, ha
muerto. —Las desagarradas palabras, le rompieron el corazón a los dos chicos.
Rita quien apenas le conocía, al igual que Ricardo, no dudó en llorar
amargamente con él por su reciente perdida.
Pronto
los sollozos, se volvieron amargas gemidos.
Violentamente
Xavier apartó a Ricardo, de sí y le gritó:
—Todo
esto es tú culpa, si tú no hubieses llegado. Yo hubiera estado aquí cuando ella
pidió verme. Por tú culpa, cretino, es por tu culpa. —repitió aquello varias
veces, mientras zangoloteaba a Ricardo del jersey.
Al
ver y escuchar aquello un para de enfermeros se lanzaron encima del fortachón,
pues ya no solamente lo zangoloteaba sino que le había comenzado a dar
puñetazos en el pecho y pronto se dirigió a su rostro. Rita, por su parte
intentaba separarle de Ricardo, tirando de él como podía. Administrándole medio
CC[1]
de tranquilizante, fue la única manera como Xavier paro de golpear a Ricardo.
Este último, había estado esquivando algunos puñetazos que iban directamente a
su rostro, aunque solamente había recibido un par de puñetes en el rostro, que
le magullaron más que los demás.
Xavier
fue puesto en una de las camillas de aquel piso, mientras que Ricardo lo veía
descansar, a causa del tranquilizante. Su respiración acompasada y su rostro
angelical, eran todo un espectáculo. Todo lo que Ricardo había deseado, desde
la primera ver que le vio.
Ricardo
que había recibido un par de puñetazos bastantes certero, se encontraba un poco
dolido. En su ceja derecha, tenia unas pequeñas tiras de adhesivo especial, que
le sostenían la herida, para que esta no se abriera más y que cuando sanara no
presentara mayor secuela en su rosto. El lado izquierdo de la boca se veía de
un rojo intenso, que dentro de un par de días sino es que menos se iba a ver
morado.
Xavier
abrió los ojos, lentamente, cual si despertara de un sueño que había tenido
desde hace varios días.
Ricardo
estaba de pie, recostado sobre la pared contraria a la que se encontraba la
camilla. El rostro del moreno se llenó de luz cuando vio que el hombre que
amaba, despertaba al fin, no importándole los golpes y las estupideces que
había dicho, pues de sobra sabía que todo lo que decía era por el dolor de su
perdida.
—Hola
—dijo Xavier sin resentimiento alguno—. Ricardo, ¿en dónde estoy?
—En
el hospital —respondió Ricardo, sin enojo ni otro sentimiento oscuro.
—¿En
el hospital? —preguntó extrañado.
—Acaso
no lo recuerdas. —Ricardo levanto su mano y con el dedo índice señaló la herida
de su ceja.
Cual
si liberasen una represa, los recuerdos, llegaron a la mente del translucido
chico.
—Disculpa,
no sabía lo que hacía. —Se disculpó apenado—. Creo que, lo entiendes, ¿verdad? —Le
dijo, mientras se apoyaba sobre sus hombros y se sentaba sobre la camilla. —No
supe, como sobrellevar todo esto.
—Entiendo,
más de lo que crees —respondió Ricardo.
—Gracias.
Yo sé, que soy un imbécil, pero gracias por entenderme. —Xavier se incorporó y
le abrazó fuertemente. Aunque se moría de ganas, desde el primer momento en que
le vio parado en aquella marquesina, hoy día no sintió tan mágico como siempre
lo había soñado. Tal vez por lo sucedido o bien por lo que le había dicho.
Con
cautela Ricardo se apartó de Xavier, y le dijo:
—Me
alegro de que hayas despertado al fin. Ahora que te he visto en tus cinco
sentidos, déjame decirte algo. —Ricardo, no sabía como decirle lo que sentía,
así que se detuvo unos segundos y luego se lo dejo venir, como si esto fuera lo
último que diría en toda su vida—. No sé, cómo decírtelo…Estoy un poco apenado,
por todo lo que paso, y creo que esta será la última vez que nos veremos en la
vida. —Los ojos de Ricardo se comenzaron a cristalizar—. Desde el primer
momento en el que te vi en la Universidad, cuando llevabas abierta tu mochila y
algunas hojas volaron y nadie te ayudaba, me agradaste. Mucho más de lo que
jamás había sentido por alguna persona. Desde ese momento, soñaba con el día en
que tú me dieras un abrazo, en el que yo me perdiera en tus fuertes brazos, en
tu triste mirar. Soñaba con el día en que tú te fijaras en mí. Más el día que
nos vimos en medio de la muchedumbre, sentí que tal vez… tú sentías algo
similar o idéntico a lo que yo siento hoy por ti.
Xavier,
no se creía lo que estaba escuchando.
—Pero
me he dado cuenta, que lo único que de ahora en adelante, sentirás por mí, será
odio. Odio por haberte separado de tu madre, en el último momento de su
existencia.
—¿Por
qué me dices todo esto?
—Por
qué estoy enamorado de ti. Y ahora siento que algo que creía extinto en mi
interior ha vuelto a sentir, a latir tan fuertemente, como alguna vez lo hizo.
El
atónito rostro de Xavier, se impregno de una efímera felicidad.
—Cómo
puedes decir eso. —Le respondió Xavier, ocultando su felicidad.
—Porque
eso es lo que siento.
—Y
lo que yo siento, ¿acaso no te importa? —El rostro embargado de tristeza de
Ricardo, de pronto se vio feliz—. Mi madre acaba de fallecer, y tú me dices que
me amas. ¡Al menos ten un poco de respeto por ella!
—C-Claro
que lo…
—Vete
de aquí, marica. Jamás imagine que podrías hacerme esto. —Le interrumpió Xavier—.
Yo no te amo, como tú lo haces. Y si algún día lo hiciera, créeme que no te lo
hubiera dicho, en un momento tan difícil.
Unas
cuantas lágrimas brotaron al fin de los lastimeros ojos de Ricardo.
—Llora
todo lo que quieras. De igual manera, eso no me va a hacer sentir compasión,
por ti. Y cómo tú has dicho, puede que esta sea la última vez que nos veamos en
la vida.
—¡Imbécil!
—Le chilló Ricardo llorando amargamente—. ¡Claro que entiendo, lo que tanto
dolor te causo! ¡Pero sabes que, olvídame! ¡Olvida lo que he dicho y también
olvida lo que sucedió! Haz de cuenta que yo no he existido para ti. —Aquellas
frases, no se escuchaban muy claras, por todas las mucosidades que atascaron a
Ricardo.
Al
concluir aquello Xavier, intento añadir algo, y Ricardo rápidamente se acercó a
él y le tapo la boca con ambas manos, impidiendo que lo dijera.
—¡No
digas nada! —espetó con voz quebrajosa, casi hilarante de rabia.
Cuando
Ricardo le soltó, se dio media vuelta y se fue: se fue de su lado, se fue del
amor, se fue del dolor. Bajó apresuradamente por las escalinatas, los cuatro
pisos, y salió casi corriendo del hospital. Sin darse cuenta, Lucas le vio
correr desesperadamente.
Ricardo
había salido a la avenida, transitada, por muy pocos automóviles. Tras de él,
iba corriendo Lucas. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, le agarró un
hombro y le dijo:
—Ricardo
detente, por favor.
Al
girarse para comprobar que no se trataba de Xavier, Ricardo se aferró a él.
Lucas entonces, le abrazó fuertemente, y le acaricio su sedoso cabello negro.
El chico lloraba amargamente, en su pecho.
—Vamos,
te llevaré a casa.
Ricardo
no dijo nada, pues solamente asintió con su cabeza, sin despegarla del hombre.
Ambos
volvieron al auto gris de Lucas y se dirigieron de vuelta a su casa. Al llegar
allá, Raquel (cómo siempre), hizo todo un drama al ver, a su pequeño en aquella forma. Este no quiso dar algún tipo de
explicación, así que se dirigió con paso firme a su habitación. Se tiró sobre
su lecho y allí lloró mucho más que antes.
Xavier
que se dio cuenta de lo estúpido que había sido, con el chico de piel canela,
salió a su búsqueda, luego de comprender cuan tierno había sido todo aquello.
Se dirigió a los elevadores pero ninguno de los dos, estaba cerca. Se apresuró
y al igual que Ricardo, bajó por las escalinatas.
Al
llegar a la calle, vio como Lucas iba corriendo detrás de su chico y este se
abrazaba tan fuertemente a él. Ver aquello asqueó a Xavier, quien sin decir
nada dio media vuelta y volvió al cuarto piso del hospital, mucho más dolido
que Ricardo.
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