sábado, 11 de agosto de 2012

CAPITULO CUATRO





Lo Que Tanto Dolor Te Causo 










Había transcurrido poco más de cuatro +días. El cuadro clínico que presentaba Lucia era un poco deprimente. Los médicos habían dicho que solamente, dejaban su recuperación al tiempo, pues ellos ya habían hecho todo lo que estaba a su alcanza, para que mejorase. Aunque todo indicaba que los esfuerzos hasta ahora habían sido en vano.
Xavier, quien no se había meneado un ápice del cuarto pisó desde el sábado ya entrada la noche, le insistió a Noel que su lugar en estos momentos no era el hospital sino el colegio. Argumentando que, era más que suficiente que él estuviese ahí. Anna por su parte apoyó la iniciativa de Xavier, llevándose consigo a Noel; dejándole solitario en aquella deplorable atmosfera, desde el atardecer del domingo. Esos primeros días, se había mantenido sin pila en su móvil, y con mucho esfuerzo había entablado una pequeña y fugaz amistad con una chica que le había hecho saber que el hospital ya era como su segundo hogar. Pues desde hace más de seis meses se encontraba en aquel lugar. Ella le mostró, con quién y en dónde podía comprar minutos para el móvil y llenar de nuevo su pila si es que eso era lo que necesitaba. Xavier muy agradecido le invitó a almorzar el cuarto día de tan larga espera.
Esa misma tarde siguió el consejo de la chica.
Una hora más tarde, Xavier vio todas las llamadas y los textos que había recibido durante estos días, y que no había podido ver. Varias llamadas eran del número telefónico de su casa, otras más de Noel y unas cuantas de Anna. Los textos por su parte eran muy variados: promocionales, de sus compañeros de facultad, de Armando, de Paul uno de sus compañeros de trabajo, pero de entre todos había uno que resaltó más que los demás.
El texto había llegado poco más del mediodía y, el número que marcaba era el de Ricardo, anquen Xavier no se acordase de el. Xavier le abrió y le leyó:

«Fue muy xtraño no abert visto stos 2 dias x la U. Q pasó?».

Fue perturbador para Xavier, pero aun así le contesto al texto.

«E stado durant 4 dias n l hospital. Y asta oi consgui kien ynara mi pila. Prdon, no debo involucrart n mis problemas. Gracias x preoqpart».

Le envió y en seguida escribió otro texto:

«An, cuando vngas d nuevo al hospital podrías traerm l transformador dl móvil, S caro consguir pila x acá, Xavi».

Guardó el móvil en el bolsillo izquierdo del jersey y se tumbó cual si fuera un muerto en vida, sobre uno de los banquillos de espera. Cuando de repente el móvil sonó y encendió las luces. Lo sacó nuevamente del jersey y se percató que era otro texto. Le leyó y pronto se dio cuenta que era de Ricardo.

«T paso algo? T puedo ayudar n algo? Si ncesitas pasta, avisam?».


«No t preoqpes. Yo stoy bien. S mi madre kien sta ospitalizada».

Al concluir de escribir el texto cambió el móvil a modo de reunión para que no molestara a los que cómo él, estaban allí en guardia de alguna persona tan importante, como lo era su madre. Se recostó un poco para conciliar un poco de sueño pero otro texto llegó.

«Spero no incomodart. N q ospital stas? Kisiera Star kntigo n stos dificils momntos».

Avergonzado, Xavier respondió y cerró los ojos. Guardando el móvil, dentro de los bolsillos del pantalón, donde le había tenido durante este tiempo para que no se lo robasen.

Ricardo se sintió mal, al ver que Xavier no le respondió el texto.
Cuando se disponía el ir a la cama, llegó el tan anhelado mensaje. Aquello represento una punzada en la boca del estómago, del chico de piel canela. Para saber que sucedía: Ricardo mandó un segundo texto. Este fue contestado con muchas más rapidez que el primero. La respuesta le impaciento haciéndolo mandar un tercer texto: preguntado en dónde se encontraba. Listo para marchar Ricardo buscó su cartera y vio en su interior: aún tenía un poco de dinero de la semana pasada y lo que su padre le había dado para esta semana. Ricardo tiró el móvil sobre su cama y comenzó a rebuscar en el armario un pantalón una camisa y un jersey. Ya se había enfundado en el pantalón y se encontraba sin camisa cuando llegó el tan anhelado texto.
«Stoy n un ospital público. L q sta entre la 9na y 8va caye. Aprsurat, necsito a alguien como tu n stos momentos. Preciento que algo malo va a ocurrir».

Aquello hizo que Ricardo sacara luces mientras se cambiaba. Ya no se duchó, como hubiese deseado. No se peino y casi olvida el móvil y la cartera.
Cuando descendía para salir de casa, se topó con sus padres, quienes se encontraban charlando en la mesa con un para de copas de vino tinto en mano.
—¿Adónde vas, tan mal vestido? —inquirió su madre, una mujer tirana. Que aunque vistiese de marca y hubiese estudiado en los mejores colegios toda su va, nunca aprendió modales.
—Déjalo, es muy su problema si viste así, o de otra manera. —Le contestó el padre de Ricardo, quién era todo lo contrario a su madre.
—Necesito ir al hospital —dijo Ricardo con premura—. ¿Podrías prestarme un poco de dinero? Y, me lo desquitas de lo que me vayas a dar la próxima semana.
—¿Al hospital? —preguntó asqueada, Raquel—. ¿Tú que diablos tienes que hacer allí?
—¡Basta, Raquel! Mira como esta de preocupado el niño. —Le espetó un poco abrumado Maximiliano a su esposa—. ¿Cuánto necesitas? —preguntó volviendo la mirada a su hijo.
—Tal vez, cien o doscientos por si acaso.
Maximiliano saco del bolsillo interior de su saco una cartera repleta de billetes de toda nomenclatura. Tomo uno de cien, uno de cincuenta, uno de veinte, uno de diez y dos de cinco, y se los entregó a Ricardo en la mano. Este a su vez le dio un beso en la mejilla y le agradeció. Lo mismo hizo con su madre y se dirigió a la puerta de la casa. Escuchó a su padre decir:
—Hijo, descuida ese dinero no será parte de lo que recibirás la próxima semana.
Entonces, Ricardo salió de su casa de tras plantas y se dirigió a la avenida principal, para coger un taxi.
Mientras tanto, en su casa se levantó una pequeña disputa entre ambos padre.
—¿Por qué, le diste ese dinero?
—¿Por qué no le habría de dar ese dinero?
—Por Dios, Maximiliano. ¿Acaso has visto, lo triste y melancólico que ha estado durante todo este tiempo? —inquirió angustiada—. ¡Tengo miedo que se puedas suicidar! —chilló como chiquilla.
—Sí, me he dado cuenta de eso. Pero, ¿tú viste lo contrariado que se veía hoy? —contestó y preguntó a su vez Maximiliano con una clama muy extraña.
—No.
—Por una parte, muy buen parte diría yo; se veía que no cabía en sí de felicidad. Pero por la otra se veía muy angustiado. Pero no como siempre. La congoja de hoy es diferente. Por otros motivos.
—¿Y sí, ha decidido beber? Qué va a decir, la sociedad de nosotros, si nuestro hijo se vuelve un ebrio, un borracho.
—Sería su decisión. Ya no es un chiquillo tiene veinte años y el próximo mes cumplirá los veintiuno, ya no es nuestro cuidarle como antes.
—Cómo puedes decir eso. ¿Acaso, tú soportarías a un borracho en tu casa? —explicó Raquel—. ¿Sabiendo que te podría robar todo, incluso el apellido?
—Si es mi hijo, sí. —Respondió Maximiliano—. Yo confió plenamente en todos lo valores que le hemos inculcado a Ricardo. Así que no creo que vaya a echar su vida por la borda.
Al concluir aquella frase, Raquel se empinó la copa y bebió todo el vino tinto que tenía en ella. Dejo la misma, con visible enfado, sobre la mesa y se marchó a su habitación. Maximiliano siguió con su copa en la mano, como sí nada hubiese pasado. Se levantó tras unos minutos, sin premura, aún con la copa en la mano. Se acercó al teléfono y marco el número de Lucas.

Ricardo llegó a las puertas del hospital. Ahí las cosas no fueron tan fáciles como lo habían sido hasta entonces.
—Por favor, no seas así. Entienda, necesito entrar.
—Entiéndame usted a mí. No puedo dejarle pasar así como si nada.
Ricardo hizo una mueca de inconformidad. Se dio media vuelta y el marcó a Xavier.
—¿Bueno?
—Xavier, soy yo, Ricardo. Disculpa que te moleste, pero el poli de la entrada no me quiere dejar pasar.
—¿Por qué?
—Si supiera, ¿crees que te molestaría? —explicó Ricardo—. Podrías bajar y ver que podemos hacer para que yo pueda entrar.
—No te muevas de ahí, dentro de unos minutos estoy contigo.
Dicho esto, Ricardo cortó la comunicación se giro nuevamente en dirección del portero y le dijo un poco enfadado:
—Ya viene por mí, y entonces quisiera verle, tratando de detenerme.
Con premura Xavier descendió los cuatro pisos, para llegar con la persona que seguramente le ayudará en este trago amargo.
Al llegar vio como Ricardo aún parloteaba sobrexaltado, haciendo diferentes gestos y levantando los brazos al aire y, luego dejándolos caer cual si fueran gotas de lluvia que caen sin detenerse e impactan con el suelo, dejando de ser.
Con paso menos agitado, Xavier llegó hasta donde estaban ellos.
—¿Hay algún problema? —preguntó Xavier, con un vos profunda y enfadado.
El portero giró al escuchar tan fuerte pregunta. El rostro de Xavier, hoy más que nunca se veía funesto, amargo y completamente desahuciado.
—No, señor —Respondió el guardia con precaución, esbozándole una sonrisa a Xavier—. Solamente un pequeño incidente, con el joven. —Concluyó de explicar.
—Sí, dígame por favor ¿cuál es?
—El chico, viene vestido como si fuera al gimnasio y no a un hospital. No trae tampoco, ninguno documento de identificación valido, y, aun así insiste que le deje entrar —dijo el portero—. Ahora, usted dígame, cómo le puedo dejar pasar, de esa manera. Además, entre usted y yo, se ve un poco afeminado.
—Usted tiene razón, caballero. —le comentó con el respectivo respeto—. Es muy sabio de su parte, tomar esas medidas, pero acaso usted no ha pensado que el pobre diablo, puede necesitar entrar a ver a alguna persona que ha sido referida al hospital de emergencia. O tal vez, el mismo venga de emergencia. O acaso usted trata de negarle el ingreso a esa persona a un lugar público. O tal vez usted sea una persona llena de prejuicios, que optaría a no dejarle pasar, antes de faltar a su encerrada mente.
—No, mi intención, nunca ha sido esa.
—En lo que a mi me concierne eso es lo que parece.
Ricardo, que se había quedado detrás del portero, en ocasiones estuvo a punto de soltar tremendas risotadas, aunque se logro contener y lo único que hacía, eran muecas varias con el rostro, conforme transcurría la conversación entre aquellos dos hombres.
—No —arremetió ofuscado el portero—. Es nunca fue mi intención...
—Sabía usted, que por esto podría perder el empleo. —interrumpió Xavier rápidamente, sin dejar que el preocupado hombre continuara su explicación.
—Olvidemos, todo este embrolló. —Comentó Xavier con una sonrisa en el rostro—. Dejé pasar al joven y asunto arreglado.
Al ver que no había de otra el portero asintió.
—Ya puede pasar, —le dijo a Ricardo sin mirarle nuevamente pues el hombre desde muy temprana edad, fue enseñado a odiar a los niños que eran más delicados que los demás.
—Gracias. Ya ves usted como al final, la razón siempre le gana a la torpeza.
El rostro del portero se mostró aun más enfadado que antes, con Ricardo.
—Basta. —le dijo Xavier a Ricardo, sin que el portero se diera cuenta.
—Gracias por venir. Vamos es por acá. —Añadió sujetándole del brazo, se lo llevó a los elevadores—. ¿O prefieres ir por las escaleras? —preguntó Xavier al ver la mueca que había hecho Ricardo.
—No, el elevador es perfecto.
Lo que Xavier no sabía era que Ricardo, le tenía verdadero pavor a los elevadores.
El ascenso fue sumamente rápido. Y al llegar a donde se encontraba anteriormente Xavier, la chica que había conocido le abordó.
—Xavier, una enfermera te andaba buscando. Yo me tome el atrevimiento de decirle que andaba por ahí comiendo algo.
Los ojos de Ricardo se encendieron en pura rabia, pues la chica era muy mona. Esbelta, alta. Su melena castaña atada en un lazo, que se veía un poco descuidada, pero aun así se veía hermosa, le caía por la parte trasera de su cabeza llegándole hasta los hombros. Su rostro era angelical, mucho más bello que el Ricardo. Sus cejas bien definidas. Sus pestañas, parecían un par de negros abanicos rizados. Estos hacían resaltar una mirada tentadora. Sus ojos en tono miel, hacían perfecta simetría con el resto de ella. Sus labios carnosos y rosados. Sus pómulos cual si fuera una modelo de las que salen en revistas de moda. Aquella mujer era una diosa. Y aunque así no lo fuera, Ricardo la vio como una amenaza latente.
—¡Hola! —dijo al fin Ricardo, con un poco de desazón en su voz.
Aquello hizo que la pareja se girara a verle. Ricardo se sintió mal pues ese nunca había sido su comportamiento. Xavier se acerco a Ricardo, le dio un pequeño tirón y le llevó con la chica.
—Rita, él es Ricardo. Ricardo, ella es Rita. —Xavier les presentó.
—Es un placer, Ricardo —añadió el chico de piel canela.
—El placer es todo mío —respondió Rita.
Ricardo se ruborizo, pues aquellos ojos y aquel rostro le hicieron sentirse feo y mal con el mismo.
—Me decías —le dijo Xavier a Rita dejando a un lado a Ricardo.
Cuando Rita iba a proseguir con la explicación apareció de nuevo la enfermera se le acercó a los tres y se llevó a Xavier, con premura.
—Qué guapo es —comentó Rita, mientras se alejaba con la enfermera por uno de los pasillos—. Es una lastima que ya tenga novia o esposa o lo que sea.
Ricardo se quedo petrificado, no pudo ni quiso decir nada. Aunque por su mente pasaron muchas cosas, que decir ante aquella noticia.
—Ricardo, ven. —Le dijo Rita posando una mano sobre el hombro izquierdo del chico. Ambos se sentaron en los banquillos y entonces Rita se soltó el lazo. Mostrando su melena tal y como era: una espesa y ondulada melena castaña.

Xavier fue llevado, por la enfermera, por uno de los pasillos del cuarto piso del hospital, salieron del mismo y giraron a la derecha. Llegaron a la oficina del doctor que estuvo atendiendo a Lucia, durante este tiempo.
—Aquí está, doctor —dijo la enfermera mientras se daba media vuelta y se retiraba para seguir sus labores.
Xavier no entendió que es lo que pasaba.
—Siéntese, por favor. —Le pidió el doctor señalando una de las sillas que tenía frente a su escritorio.
—¿Ocurre algo, doctor? —Quiso saber el fortachón, mientras tomaba asiento, tal y como lo había pedido el doctor.
—Quiero que tome con calma lo que le voy a decir. —Aquellas palabras fueron como un balde de agua helada corriendo por la espalda del fornido hombre. —Yo sé, que todos quisiéramos que las cosas malas nunca llegasen, pero en ocasiones es inevitable.
Unas cuantas lágrimas recorrieron la acongojada faz de Xavier.
—Hicimos todo lo que estuvo en nuestras manos. Y, al parecer no fue lo suficiente. —El doctor se quito las gafas y se froto los ojos—. Tanto usted como yo, hubiésemos deseado que no pasara, pero no pudo ser.
Aquello hizo que Xavier prorrumpiera en llanto. Unos brutales gemidos se escucharon en aquella oficina. Mientras el doctor se puso de pie y avanzo hacia Xavier, brindándole un abrazo fraternal, un abrazo que necesitaría cualquiera que estuviese pasando por un momento como ese.
—Sea fuerte.
—¿A qué hora murió? —preguntó Xavier entre sus llantos.
—Su muerte oficial fue a las nueve de la noche con trece minutos. Aproximadamente cinco minutos.
Unos bramidos, que solamente un alma dolida podían emitir se escucharon.

Mientras tanto, Ricardo indago en el asunto de la supuesta novia de Xavier. Rita sin saber de los sentimientos de Ricardo para con Xavier, le dijo todo. Algo se quebró, nuevamente, en el interior de moreno. Su triste semblante ahora se veía enfadado, en serio.
Como si se tratara de un ebrio Xavier aprecio, por el mismo pasillo, por el cual se lo había llevado la enfermera. Tanto Rita como Ricardo salieron a su encuentro, al verle en tal estado. Lo primero que hizo fue lanzarse a los brazos de Ricardo. El chico de piel canela sintió morirse de placer.
—Se ha muerto. Falleció. —Su voz se percibía dolida y ausente—. Mi madre, ha muerto. —Las desagarradas palabras, le rompieron el corazón a los dos chicos. Rita quien apenas le conocía, al igual que Ricardo, no dudó en llorar amargamente con él por su reciente perdida.
Pronto los sollozos, se volvieron amargas gemidos.
Violentamente Xavier apartó a Ricardo, de sí y le gritó:
—Todo esto es tú culpa, si tú no hubieses llegado. Yo hubiera estado aquí cuando ella pidió verme. Por tú culpa, cretino, es por tu culpa. —repitió aquello varias veces, mientras zangoloteaba a Ricardo del jersey.
Al ver y escuchar aquello un para de enfermeros se lanzaron encima del fortachón, pues ya no solamente lo zangoloteaba sino que le había comenzado a dar puñetazos en el pecho y pronto se dirigió a su rostro. Rita, por su parte intentaba separarle de Ricardo, tirando de él como podía. Administrándole medio CC[1] de tranquilizante, fue la única manera como Xavier paro de golpear a Ricardo. Este último, había estado esquivando algunos puñetazos que iban directamente a su rostro, aunque solamente había recibido un par de puñetes en el rostro, que le magullaron más que los demás.

Xavier fue puesto en una de las camillas de aquel piso, mientras que Ricardo lo veía descansar, a causa del tranquilizante. Su respiración acompasada y su rostro angelical, eran todo un espectáculo. Todo lo que Ricardo había deseado, desde la primera ver que le vio.
Ricardo que había recibido un par de puñetazos bastantes certero, se encontraba un poco dolido. En su ceja derecha, tenia unas pequeñas tiras de adhesivo especial, que le sostenían la herida, para que esta no se abriera más y que cuando sanara no presentara mayor secuela en su rosto. El lado izquierdo de la boca se veía de un rojo intenso, que dentro de un par de días sino es que menos se iba a ver morado.
Xavier abrió los ojos, lentamente, cual si despertara de un sueño que había tenido desde hace varios días.
Ricardo estaba de pie, recostado sobre la pared contraria a la que se encontraba la camilla. El rostro del moreno se llenó de luz cuando vio que el hombre que amaba, despertaba al fin, no importándole los golpes y las estupideces que había dicho, pues de sobra sabía que todo lo que decía era por el dolor de su perdida.
—Hola —dijo Xavier sin resentimiento alguno—. Ricardo, ¿en dónde estoy?
—En el hospital —respondió Ricardo, sin enojo ni otro sentimiento oscuro.
—¿En el hospital? —preguntó extrañado.
—Acaso no lo recuerdas. —Ricardo levanto su mano y con el dedo índice señaló la herida de su ceja.
Cual si liberasen una represa, los recuerdos, llegaron a la mente del translucido chico.
—Disculpa, no sabía lo que hacía. —Se disculpó apenado—. Creo que, lo entiendes, ¿verdad? —Le dijo, mientras se apoyaba sobre sus hombros y se sentaba sobre la camilla. —No supe, como sobrellevar todo esto.
—Entiendo, más de lo que crees —respondió Ricardo.
—Gracias. Yo sé, que soy un imbécil, pero gracias por entenderme. —Xavier se incorporó y le abrazó fuertemente. Aunque se moría de ganas, desde el primer momento en que le vio parado en aquella marquesina, hoy día no sintió tan mágico como siempre lo había soñado. Tal vez por lo sucedido o bien por lo que le había dicho.
Con cautela Ricardo se apartó de Xavier, y le dijo:
—Me alegro de que hayas despertado al fin. Ahora que te he visto en tus cinco sentidos, déjame decirte algo. —Ricardo, no sabía como decirle lo que sentía, así que se detuvo unos segundos y luego se lo dejo venir, como si esto fuera lo último que diría en toda su vida—. No sé, cómo decírtelo…Estoy un poco apenado, por todo lo que paso, y creo que esta será la última vez que nos veremos en la vida. —Los ojos de Ricardo se comenzaron a cristalizar—. Desde el primer momento en el que te vi en la Universidad, cuando llevabas abierta tu mochila y algunas hojas volaron y nadie te ayudaba, me agradaste. Mucho más de lo que jamás había sentido por alguna persona. Desde ese momento, soñaba con el día en que tú me dieras un abrazo, en el que yo me perdiera en tus fuertes brazos, en tu triste mirar. Soñaba con el día en que tú te fijaras en mí. Más el día que nos vimos en medio de la muchedumbre, sentí que tal vez… tú sentías algo similar o idéntico a lo que yo siento hoy por ti.
Xavier, no se creía lo que estaba escuchando.
—Pero me he dado cuenta, que lo único que de ahora en adelante, sentirás por mí, será odio. Odio por haberte separado de tu madre, en el último momento de su existencia.
—¿Por qué me dices todo esto?
—Por qué estoy enamorado de ti. Y ahora siento que algo que creía extinto en mi interior ha vuelto a sentir, a latir tan fuertemente, como alguna vez lo hizo.
El atónito rostro de Xavier, se impregno de una efímera felicidad.
—Cómo puedes decir eso. —Le respondió Xavier, ocultando su felicidad.
—Porque eso es lo que siento.
—Y lo que yo siento, ¿acaso no te importa? —El rostro embargado de tristeza de Ricardo, de pronto se vio feliz—. Mi madre acaba de fallecer, y tú me dices que me amas. ¡Al menos ten un poco de respeto por ella!
—C-Claro que lo…
—Vete de aquí, marica. Jamás imagine que podrías hacerme esto. —Le interrumpió Xavier—. Yo no te amo, como tú lo haces. Y si algún día lo hiciera, créeme que no te lo hubiera dicho, en un momento tan difícil.
Unas cuantas lágrimas brotaron al fin de los lastimeros ojos de Ricardo.
—Llora todo lo que quieras. De igual manera, eso no me va a hacer sentir compasión, por ti. Y cómo tú has dicho, puede que esta sea la última vez que nos veamos en la vida.
—¡Imbécil! —Le chilló Ricardo llorando amargamente—. ¡Claro que entiendo, lo que tanto dolor te causo! ¡Pero sabes que, olvídame! ¡Olvida lo que he dicho y también olvida lo que sucedió! Haz de cuenta que yo no he existido para ti. —Aquellas frases, no se escuchaban muy claras, por todas las mucosidades que atascaron a Ricardo.
Al concluir aquello Xavier, intento añadir algo, y Ricardo rápidamente se acercó a él y le tapo la boca con ambas manos, impidiendo que lo dijera.
—¡No digas nada! —espetó con voz quebrajosa, casi hilarante de rabia.
Cuando Ricardo le soltó, se dio media vuelta y se fue: se fue de su lado, se fue del amor, se fue del dolor. Bajó apresuradamente por las escalinatas, los cuatro pisos, y salió casi corriendo del hospital. Sin darse cuenta, Lucas le vio correr desesperadamente.
Ricardo había salido a la avenida, transitada, por muy pocos automóviles. Tras de él, iba corriendo Lucas. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, le agarró un hombro y le dijo:
—Ricardo detente, por favor.
Al girarse para comprobar que no se trataba de Xavier, Ricardo se aferró a él. Lucas entonces, le abrazó fuertemente, y le acaricio su sedoso cabello negro. El chico lloraba amargamente, en su pecho.
—Vamos, te llevaré a casa.
Ricardo no dijo nada, pues solamente asintió con su cabeza, sin despegarla del hombre.
Ambos volvieron al auto gris de Lucas y se dirigieron de vuelta a su casa. Al llegar allá, Raquel (cómo siempre), hizo todo un drama al ver, a su pequeño en aquella forma. Este no quiso dar algún tipo de explicación, así que se dirigió con paso firme a su habitación. Se tiró sobre su lecho y allí lloró mucho más que antes.

Xavier que se dio cuenta de lo estúpido que había sido, con el chico de piel canela, salió a su búsqueda, luego de comprender cuan tierno había sido todo aquello. Se dirigió a los elevadores pero ninguno de los dos, estaba cerca. Se apresuró y al igual que Ricardo, bajó por las escalinatas.
Al llegar a la calle, vio como Lucas iba corriendo detrás de su chico y este se abrazaba tan fuertemente a él. Ver aquello asqueó a Xavier, quien sin decir nada dio media vuelta y volvió al cuarto piso del hospital, mucho más dolido que Ricardo.


[1] CC: Medida estándar en capacidad, utilizado en prácticas medicas.

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