sábado, 11 de agosto de 2012

CAPITULO DOS


  

 De Camino A Casa





Luego de su extraña y repentina confesión Xavier no pudo evitar fijarse en el chico de piel canela. Él era muy guapo y, desde varios días atrás le había observado, pero jamás le había visto como hoy día. Como le había dicho uno de sus compañero de grupo “Con ese cuerpo, yo estaría todo el tiempo en ese conjunto”. Aquel tío no se equivocaba. El cuerpo del chico de ojos cafés se veía un poco trabajado pero dejaba ver aquella silueta un tanto femenina y delicada que era muy difícil de encontrar en un tío.
Cuando apareció el autobús Xavier, esperó a que todos subieran incluso la chica que se había atrevido a poseer, aunque sea unos pocos segundos, pero se atrevió a tomar a la fuerza sus carnosos, suaves y apetecibles labios.
La chica se veía extremadamente enfadada con el moreno. Y aquello le encantaba a Xavier. No sabía exactamente que había ocurrido entre ese par, pero le agradaba sobremanera la idea que ella le hubiese abofeteado, luego de haber dicho que era homosexual.
Xavier no dudó en dejar pasar primero a la Christina y a Ricardo cundo tomaron la buseta. No sabía si era cortesía o tal vez morbo, pero cuando Ricardo subió, Xavier no puso evitar verle aquel redondo y bien definido trasero. Aprisionado en un vaquero que le apretaba todo, marcando muy bien todo: su figura tanto de su trasero como también el bulto que se veía grande y jugoso en la entrepierna. Al estar arriba del bus, los dos chicos se percataron que los únicos asientos libres estaban al final del autobús y, además estaban juntos. Cuando llegaron allí, Xavier le pidió que el se corriera pues a este le disgustaba estarse deslizando con un pantalón como el que llevaba puesto. Sorprendido de la voz aterciopelada que tenía, cuando agradeció, dejando la frase inconclusa por no saber el nombre del musculoso.
—Xavier. Mi nombre es Xavier. —Le completo el chico para que al menos supiera su nombre.
—Gracias Xavier. —El rostro de Ricardo se vio por unos pocos segundos apenado.
Ricardo colocó su mochila sobre sus piernas obstruyendo la vista del preciado premio, de Xavier. Este último se sentó a su lado y por desgracia no había traído más que un insignificante cuaderno de apuntes generales. Con el trozo de cartón lleno de hojas, no se podía cubrir las piernas. Sabía perfectamente que si su chico de piel canela se acercaba demasiado, se excitaría rápidamente, y su paquete se iba a abultar. Obviamente se sentiría incomodo, e incluso mal.
El palpitar de los dos chicos iba en aumento, durante los primeros minutos. Las manos le sudaban a Xavier: cosa que nunca antes le había pasado. Los ojos pardos del chico blanco hacían sentir un mariposeo en el estómago de Ricardo. Por un golpe de suerte hoy estaban juntos los dos.

En ocasiones los dos chicos veían a su compañero de reojo. Ricardo veía con disimulo su entrepierna. Xavier, veía su rostro.
Ricardo que era más pícaro. Comenzó a buscar algo en uno de los bolsillos laterales de su mochila. Y como no estaba allí, recorrió su pierna seductoramente hasta la bolsa delantera del vaquero. Mientras iba pasando su mano por su propia pierna, tocaba con descaro la pierna de Xavier. Quién por su parte intentaba pensar en un campo de flores vació de toda tentación. Esto para que no se empalmase y que no se viera tan pretencioso en ese pantalón. Como no estaba en su bolsillo frontal lo que buscaba, volvió a recorrer su pierna cuidadosamente hasta llegar a la rodilla. Con cada contacto involuntario que se presentaba Ricardo se termino por dar de cuenta que la entrepierna de Xavier saltaba de a poquitos.
El rosto del chico de piel clara, por unos cortos lapsos de tiempo se comenzaba a poner rojo como la grana y luego volvía a estar pálida como de costumbre. Ricardo por su parte desde hacía vario rato que estaba totalmente excitado, incluso creo que ya había manchado los calzones. Aunque la verdad no le importaba mucho, puesto que la mochila cubría casi en su totalidad sus piernas y estaba completamente seguro que Xavier no se había dado cuenta como le ponía de cashondo.
«Basta», pensó Xavier. «No sigas. No quiero hacer nada de lo cual nos podamos arrepentir luego» «Por el amor a Dios, deja de una buena vez el estar rozando tu mano, y tu cuerpo con el mío».
La entrepierna de Xavier por más que busco calmarse y pensar en cosas que no tenían nada que ver con esto. Se veía hinchada, con ganas de no estar encerrada en ese maldito y apretado pantalón. La última vez que le había ocurrido algo similar, ahora que intentaba pensar en algo que no fuese aquello, había sido… nunca. Incluso años después que por accidente se había enamorado de un tío buenísimo. «Demonios, ¿qué es lo que me esta pasando? No creo que este tío, se capaz de hacerme comente una estupidez. No, ahora con veintiún años».
«Maldita carcacha, ¿por qué no te apresuras?», pensó Xavier ofuscado.
Ricardo por su parte iba gozando del viaje y lo que pasaba en su mente era: «Autobús de mierda, ¿por qué vas tan aprisa?
Los dos no sabían, ni querían admitir lo bien que lo iban pasando. Y, aunque Ricardo iba empalmado y ya había manchado los calzones, en algunos ratos el recuerdo de su primer y desastroso amor le volvía a la mente. Aquello le cortaba el tan buen momento. Ambos temían que aquello jamás volviese a suceder. Sin embargo, sus prejuicios no les permitirían nunca de los nunca ceder un milímetro en su posición.

Esa tarde calurosa del mes de enero, la cuidad se vía envuelta en una manifestación, por parte de un grupo social medio. La protesta se llevaba a cabo por un incremento en los índices de violencia que azotaba aquel sector. Unos meses atrás comenzó aquello y como aquella parte de la ciudad jamás había tenido problemas idénticos, les aterrorizaba la idea de que encontrarían la muerte a la vuelta de la esquina.
Como era de esperarse, la buseta, se quedo varada en el tráfico muerto de la ruta.
—¡Maldición! —espetó Xavier, dándole un golpazo al sillón de delante. Ricardo a su vez giró la cabeza al chico y enarco una ceja. Aquella reacción hizo que de un segundo a otro Ricardo se comportara. Xavier por su parte logró apartar la tentación, al menos por unos instantes.
Los dos chicos veían por los cristales a las personas que encabezaban la manifestación (aparentemente pacífica). Aquellos personajes iban con piedras, palos, algunas  molotov, e incluso armas de fuego. Tanto Ricardo y Xavier, como el resto de pasajeros, incluida Christina, se preocuparon. El conductor del autobús al ver aquello cerró ambas puertas y pidió que cerraran también los cristales, como este ya había vivido esto un par de veces, creía que hacía lo correcto.
Unos alarmantes golpes se escucharon sobre la puerta delantera.
Una conmoción de gritos y de personas con pañuelos, que les cubría la boca, se encontraba de pie a la espera de que el conductor abriese la puerta. Luego de un par de golpes más y de gritos insultantes, por parte de los manifestantes, al chofer no le quedo de otra más que acceder, al verse carecido de opciones. Al ingresar los manifestantes, los semblantes de terror y de incertidumbre por parte de los pasajeros, que ya no eran demasiados, se marcaron en sus rostros. El que parecía ser el líder del grupo se acerco al conductor y luego de hablar acaloradamente, el líder se giró hacía los pasajeros y dijo:
—Perdonen por las inconveniencias de este día… pero es necesario que desaborden el autobús. —La voz y la propiedad para hablar de aquel joven, de aproximadamente veinticinco años, calmo a las personas—. Gracias, por comprender y por cooperar con la causa. Ahora, si fuesen tan amables podrían ir descendiendo de una manera ordenada y rápida.
—¡Date prisa, Esteban! —chilló otra voz afuera.
El chico que ahora tenía un nombre le hizo un además para indicarle que fuera paciente.
—¡Vete a la mierda! —El otro subió al autobús y empezó a gritar—. ¡Todos fuera del autobús! ¡No me hagan usar esto! —Al terminar la frase, levanto un costado de la camisa de mangas largas que llevaba puesta y dejo ver un arma de color plateado. Unos chillidos y gritos se escucharon unísonos y al instante. Xavier y Ricardo que iban hasta el tope del bus, no se dieron cuenta de aquello, solamente escucharon la conmoción, los llantos y los gritos. Ricardo actuó bajo sus miedosos instintos: apretando su mochila con un brazo en el área abdominal y con el otro se aferro a Xavier, cómo si este fuera algo valioso tal y como su vida misma.
El tacto entre ambos chicos, fue espontaneo. Para Ricardo había sido cuestión de supervivencia. Para Xavier, represento aquello tan extraño que sólo se siente cuando estas, perdida e irrefutablemente enamorado.
—Vamos, aprisa… No quiero que te pase nada. —Xavier se había aproximado al oído de Ricardo, al percatarse que este último se había quedado petrificado en su asiento. Xavier asió del brazo a Ricardo y fue entonces que volvió en sí—. Apresúrate… Debemos bajar del autobús ahora… Anda, ¡vamos! —Xavier tiro una vez más del brazo al estupefacto chico y le llevó a la puerta trasera, la cual tenían más cerca, de la buseta—. ¡Abra la puerta! —chilló Xaviera un par de veces y al darse cuente de que no le hacía caso. Levanto un poco la pierna y le dio una tremenda patada a unos asientos vacios. Aquello hizo que la poca gente, y el chofer, que aun se encontraban en el bus le prestaran atención—. ¡Abra, la puta puerta! —El chofer, de inmediato la abrió y de un par de tirones más Xavier saco a su prohibido amor.
Ricardo bajó de la buseta roja a trompicones. Al estar afuera de esa inmunda escena, los chicos creyeron que sería suficiente para estar fuera del peligro. Lo que los chicos no sabían era que se habían dado de bruces con todo lo demás.
Tras ellos, a unos cuatro automóviles, comenzaban a llegar los antimotines de la policía. Y, como a unos seis o siete más adelante una horda de personas con pañuelos en las bocas, gafas oscuras de distintos tonos, pantalones vaqueros azules, camisa de mangas largas, negras. Algunos con piedras en las manos y a sus pes. Otros con palos, tubos, bates de béisbol. Unos cuantos más llevaban botellas con liquido transparente dentro, y unos trozos de tela en la boquilla de las misma.
Pronto aquello se iba a poner feo.
—¡Ricardo debemos marcharnos ya! —Pero fue imposible. Al parecer Ricardo había entrado en un estado de shock nervioso. Pero en realidad, lo que siempre había deseado era estar dentro de una manifestación peligrosa para probar que podía en un futuro cercano abandonar la facultad de medicina, e iniciarse en el mundo del periodismo—. ¡¡TE DIJE QUE DEBEMOS IRNOS YA, HIJO DE PUTA!! —Aquella frase pareció hacer reaccionar al fin a Ricardo.
—¡Vamos es por acá! —Agarró Xaviera a Ricardo por uno de sus enclenques brazos. Atravesaron dos, tres, cuatro, carros hacia el frente y luego dos a la derecha. Ricardo simplemente siguió a Xaviera, puesto que jamás en toda su vida había visto algo parecido, no supo como actuar.
Cuando estuvieron lejos de todo aquello Ricardo aún seguía con la boca abierta, literalmente. Xavier se recostó en un pequeño muro, jadeante.
—¿Qué fue lo que paso? —preguntó Ricardo al acercarse a su salvador.
—Te salve la vida, estúpido. —La voz de Xavier aun se veía afectada por el cansancio.
Un fresco corrió por la calle. Nadie les veía. Así que Ricardo pensó que debía agradecerle de una buena forma a su salvador.
El chico de piel canela se acercó a su musculoso y prohibido amor.
—Gracias, por sacarme de todo ese embrollo.
—Descuida, no fue nada. —Xavier se incorporó, un poco mejor.
—En serio, muchas gracias. No sé como agradecértelo. —El rostro de Ricardo se ruborizo. Varias cosas pasaron por la mente de Xavier, como forma de recompensa de aquello, al ver el rubor de su chico de piel canela.
Un silencio sepulcral embargo a los chicos.
—…¡Ya lo sé! —dijo emocionado Xavier, siendo él quien rompiese con el silencio—. He visto que bajas un poco antes que yo.
—Sí, ¿qué con eso?
—La manera y, la única forma de pagarme lo de hace rato.
Ricardo calló y se dispuso a escuchar atentamente.
—Has visto el hotel que queda en el camino…
—¡No seas tan imbécil! ¿Crees que por haberme salvado el trasero es motivo suficiente para revolcarme contigo en una cama de cualquier hotelucho? —Se expresó indignado y enfadado el chico de piel canela dejando la frase de Xavier inconclusa. Aunque en el fondo la idea de revolcarse con su chico prohibido era tentadora.
Xavier por su parte al escuchar aquello, estalló en carcajada.
—¿Qué es tan gracioso? —indagó enfadado Ricardo.
Con lágrimas en los ojos y luego de matarse a carcajadas, con mucho esfuerzo Xavier pudo al fin decir: —No es al hotel a donde quiero ir, tonto. A dos casas tal vez más hay una droguería y solamente allí puedo conseguir la medicina de mi madre un poco más barata que en otros lugares. —El rostro de Ricardo se abochorno al instante así que bajo la mirada—. Y por como están las cosas no creo que vayan a haber muchos autobuses —añadió Xavier.
Ricardo levanto la mirada y se le quedo viendo perplejo. No había entendido cual era entonces la manera de pagarle, por haber salvado su vida.
—No me entendiste ¿verdad? —Ricardo negó con la cabeza—. Haber te lo explico. Lo que en verdad quiero, es que me acompañes a la droguería y luego busquemos algún medio de transporte para acercarnos a nuestras casas… Aunque si quieres también podemos ir al hotelucho a revolcarnos en la cama. —Xavier termino la explicación como si fuera un chiste. Lo cual no le causo ni la mínima gracia a Ricardo.

La caminata estuvo bastante pesada pues aunque ellos no fueran dentro, ni cerca de la manifestación en un par de ocasiones no les quedo de otra más que unirse a ella. Aunque los dos chicos pasaran asustados en esos tramos, luego volvían a reír, con alguna broma, incluso por los nervios de ir tan juntos y tan solitarios.
Xavier que estaba acostumbrado a hacer ejercicio sintió aquella caminata muy reconfortante. Al contrario de este, Ricardo sentía que había dejado hasta la última goa de él en el trayecto.
—Al fin…, llegamos —dijo Ricardo entre calcos de voz.
—Sí, al fin hemos llegado. —La voz de Xavier se escuchaba excitada pero no fatigada como le ocurría a Ricardo.
Ricardo, con mochila al hombro, se sentó de golpe sobre la acera para esperar a Xavier, que había entrado a la farmacia a comparar el medicamento. Mientras el chico de piel canela estuvo allí contó las casas y edificios que habían, entre el hotel y la droguería.
Xavier salió con un una pequeña caja blanca, dentro de una bolsa plástica de color celeste, en mano. Y comenzaron a andar para encontrar algún tipo de vehículo que les acercara a casa.
La curiosidad corroía a Ricardo y sin pensarlo mucho indagó:
—¿Para qué sirven esos medicamentos?
—En realidad, no sé para que sirven —explicó Xavier—. Porque llevo varios años comprándolos y, mi madre ingiriéndolos que no sé para que sirven en realidad.
—¿Qué enfermedad padece tu madre? —volvió a preguntar Ricardo.
Xavier se refrenó de golpe.
—¿Has escuchado de la enfermedad que padecen las personas que trabajan con cosas calientes y luego con cosas frías?
—Sí —asintió.
—Bueno, para eso supuestamente sirven… Pero como te dije hace rato; ya es demasiado el tiempo de su uso y no se ve una mejora.
El rostro de Xavier se desdibuja mientras confería su punto de vista.
Ricardo de reojo se percato de cómo el semblante del corpulento chico había cambiado.
—Eres un mentiroso —replicó Ricardo en tono juguetón.
—¿Por qué?
—No son, solamente dos casa. Son doce, incluyendo los edificios.
—En serio.
—Sí, yo mismo me he encardado de contarles. —Termino Ricardo con una sonrisa y un ademan estúpido, para que Xavier dejara de pensar tan sólo un momento en la enfermedad que apresaba a su madre.
Cuando los dos chicos pasaron frente a las puertas del hotel, Xavier le dio un pequeño empujoncito a Ricardo.
—Aun podemos pasar, ¿si tú quieres?
—Estás loco… —El rostro de Ricardo se torno frío, como cuando estuvieron en el autobús.
—No es para tanto… no te enfades.
Al salir de la avenida llegaron a la ruta principal y se dirigieron a la marquesina del autobús. Obviamente era algo tonto de su parte, estar allí de pie a sabiendas que por el momento no habían. Pero lo que ellos buscaban no era la buseta, sino algo más. Cualquier tipo de transporte que les acercara a sus respectivas viviendas.

Los minutos pasaban casi acelerados, la luz del mediodía y el sol comenzaban a descender. Los mismos no irradiaban con la misma fuerza.
Xavier que era un chico que luchaba por sobrevivir no tenía la intención de gastar lo poco que llevaba con él, en un taxi, que seguramente les sacaría los ojos como lo hacen los cuervos.
Varios de este tipo se detenían frente a la pareja de jóvenes. Con un desencanto Xavier los despachaba. Al percatarse de aquello Ricardo se armo de valor y le interrogó:
—¿Por qué despachas así a todos?
El rostro de Xavier enrojeció y al cabo de pocos segundos respondió: —La verdad, es que no cuento con la pasta necesaria, ahora. Cómo acabo de surtir la receta de mi madre, no tengo efectivo.
Ricardo enarcó una ceja y prosiguió:
—No te preocupes, si de eso se trata yo lo pagaré.
Al siguiente taxi que se aparcó frente a ello, se montaron y se dirigieron a casa.
De camino a casa, ambos chicos veían por los cristales, de sus costados. Los dos parecían extraños, ni uno ni el otro se veían, o se decían algo y, aunque sintieran su fuerte repiqueteo de los anhelantes corazones de cada cuál, no dijeron nada.
Los autobuses, que habían quedado fuera de la turba; las motocicletas, los coches, los caminos; los peatones y los edificios y casas rápidamente quedaban atrás. Ninguno de los dos jamás había dadose cuenta cuan largo era el camino hasta ese día.
A los minutos llegaron a la primera parada, en donde se debía quedar Ricardo, pero este indicó al conductor que siguiera adelante. Él había optado por quedarse de vuelta. A Xavier aquello no le causo mucha gracia.
El taxi siguió su camino, y poco después llegó al barrio donde vivía Xavier.
El corpulento chico pidió que se estacionasen frente a la escuela del barrio. Y así se hizo.
Cuando el taxi dejó a Xavier donde esté quería, algo en lo más profundo del corazón de Ricardo le hizo pedirle al taxista que se esperara un poco más. De su mochila saco un cuaderno y un bolígrafo. En un retazo de ojo con letra legible y números grandes: apunto su nombre y su número telefónico.
—Llámame cuando llegues a tu casa —le dijo al momento de entregar el trozo de papel blanco.
Xavier enarco la ceja y no dijo nada.
Ruborizado Ricardo volvió al interior del taxi y sin esperar más le dijo al conductor que avanzara.

Al llegar a su destino, Ricardo notó lo diferente que fue el camino a casa, sin él a su lado. No entendía como, pero su seco corazón volvía a palpitar por ese chico.




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