Una Confesión y Un Dolor
Habían
transcurrido poco más de dieciséis horas, luego de que Lucia, partiese de su
mundo material. Xavier, hizo lo que correspondía para que su cuerpo fuera
entregado, y, se le diera santa sepultura. No sin antes, preparar un velatorio
de cuerpo presente. Tanto Noel como Xavier estaban destrozados. La madre de
Anna y unas cuantas vecinas ayudaron a la pareja de huérfanos en el momento tan
duro, por el cual transitaban. Anna, por su parta se volvió un pilar muy
importante para Xavier. Aquella noche la mayora de las personas del barrio
acompañaron a los chicos, pues Lucia, que durante cuatro años lucho para salir
adelante con sus hijos: haciendo todo tipo de oficios domésticos, ella conoció
a la mayoría de las familias del lugar.
Daban
las diez de la noche, veinticuatro horas, pasaban ya desde la muerte de aquella
mujer. Algunos la lloraban, otros más simplemente estaba allí de paso nada más.
Pero el apoyo que les fue brindado a los huérfanos fue más que suficiente,
aunque nada ni nadie podría llenar el gran vació que ella dejaba en su
interior.
Ricardo,
quién desde lo ocurrido la pasado noche había sido un calco. Preocupo
sobremanera a su padre. Lucas, que era tío de este, le conto a Maximiliano lo
poco que había visto y al igual que él no entendió muy bien lo sucedido.
A
la mañana siguiente, Ricardo se negó rotundamente, en ir a la universidad.
Tampoco quiso salir de su alcoba y menos ingerir alimento. Sonaron las siete de
la noche y cual reloj, Maximiliano llegó a casa. Raquel, preocupada contó lo
que sucedía con su pequeño.
El
chico de piel canela, ni siquiera se había quitado el pijama en todo el día. Se
encontraba aferrado a su almohada, hecho nada dentro de sus sábanas. Con
cautela, Maximiliano, abrió la puerta y entró.
—¿Qué
es lo que te pasa? —preguntó como sólo un padre lo puede llegar a hacer.
—¡Nada!
—chilló Ricardo aferrándose, más a su almohada blanca.
—No
lo parece.
—Ya
lo sé —respondió sollozando amargamente.
Maximiliano
se adentró más en la habitación y se sentó a los pies de su hijo. Frotó sus
piernas, sobre la sábana y dijo:
—Vamos,
hijo. Sea lo que sea, sabes que puedes confiar en mí.
Ricardo
se incorporó y asintió. Luego se aferró a su padre dejando a un lado su
almohada.
—Shh…
Calma pequeño. Cuéntame que paso. —El padre de Ricardo le acariciaba su
despeinada melena negra. Hasta aquel instante, nadie se había dado cuenta del
moratón de su labio y de la herida de su ceja.
—Estoy
muy mal, papi. No puedo creer lo idiota que puedo seguir siendo.
—Cálmate,
mi niño. —Al decir aquello Maximiliano le sostuvo el mentón y le levantó el
rostro. Fue entonces, que vio sus heridas—. ¿Quién, te ha hecho esto? —La reconfortante
voz de Maximiliano estalló en ira.
—¿Qué?
—preguntó extrañado.
—Tu
rostro, acaso no te has dado cuenta de lo mal que se te ve. —Le respondió su
padre—. Razón tenía tu madre, al decirme que si yo te daba ese dinero, irías a
bebértelo todo, en saber que bar de mala muerte.
—Las
cosas, no son así.
—Pues
entonces explícamelo. Porque realmente no entiendo nada.
—Me
da pena —respondió avergonzado, Ricardo.
—Te
da pena, el decirme que eres un borracho. —Arremetió contra su hijo—. A mí
también me daría pena admitirlo frente al hombre que ha estado en las buenas y
en las malas a mi lado.
—Basta,
por favor —chilló Ricardo—. Déjame explicarte y te darás cuenta, cuan
equivocado estás.
Maximiliano
le dio el beneficio de la duda a su hijo, guardando silencio para escuchar todo
lo que este tenía que decir.
—Estos
golpes que ves, son el único recordatorio, que tendré para nunca jamás creer en
el amor.
—Cómo
que en el amor.
Ricardo
mostro una mirada frívola, que nunca antes había visto su padre.
—Si,
del amor. Esta cicatriz junto con este moratón, son el producto de mis
estúpidos sentimientos. Si papa, me he vuelto a enamorar y pensé, que tal vez
sería diferente sino ocultaba lo que siento. Tanto para mí, como para mi
familia. Y me he dado cuenta que, como siempre me ocurre, me volví a equivocar.
Soy un estúpido. Soy una basura, en toda le expresión de la palabra.
Maximiliano
no comprendía mucho de lo que hablaba su hijo. En el cual se veía reflejado una
angustia, un dolor.
—Espero
encarecidamente que puedes entenderme y saber comprender lo mucho que estoy padeciendo.
No solamente por lo que paso anoche, sino por todo lo que ha sucedido en el
transcurso de este año. —La sollozante voz de Ricardo, se enfundo en su
reprimida rabia—. Hace poco más de un año, sostuve una relación… Una relación
con un hombre, cinco años mayor que yo. —El rostro de Maximiliano se quedó
perplejo—. Si papa, para mi es un gran dolor, reconocer lo que soy. Imaginó que
para ti has de ser aun más doloroso el saber que tu último hijo te diga que es
un feo marica, un apestoso homosexual.
—¡No
querido! No te sientas mal por eso. —Aquello reconfortó de gran manera al
entristecido chico—. Desde que eras pequeño lo sospechaba y, la verdad me
alegro que tengas el suficiente valor para reconocerlo. —Maximiliano abrazó a
su hijo, haciéndole sentir mucho mejor—. Ahora, puedo preguntarte algo. —Ricardo
asintió en silencio—. ¿Esos golpes, te los propino algún tipo?
—No
es algún tipo. Su nombre es Xavier. Y
es el más maravilloso ser de todo el universo…
—¡Tan
maravilloso que fue capaz de golpearte en el rostro! —dijo Maximiliano con
sorna.
—Fue
por un ataque de rabia. Y, además fue mi culpa. No debí confesarle que le
amaba, con su madre recién fallecida.
—¡¿Dices
que falleció?! —Indagó Maximiliano con presente preocupación.
—Si
—asintió Ricardo—, pasadas las diez de la noche de ayer, ella falleció. Y fue
entonces cuando Xavier bajo a traerme a la entrada del hospital, porque el
portero no me quería dejar pasar. Y en ese lapso de tiempo fue en el que ella
partió. Por lo mismo Xavier, me culpo y producto de esa rabia son estos golpes.
—Explicó señalando su rostro.
El
amoroso rostro de Maximiliano comenzó a mostrarse lleno de picardía, de una
extraña excitación y de pronto soltó:
—¡Levántate,
vístete que en diez minutos iremos a ver a ese
tal Xavier!
—¿Cómo?
—preguntó Ricardo con un rostro perplejo.
—¡Sí,
ya me escuchaste! —confirmó Maximiliano—. Nos vamos en diez. —Dicho aquello
Maximiliano se levantó de la cama y se dispuso a su habitación.
Ricardo
se quedo tieso en su lecho. No se podía creer esto. Durante todo este tiempo
creyó que su padre, le mataría si descubría que era un afeminado. Qué le tan
anhelada descendencia de la familia, por su parte no llegaría nunca. Todo fue
extraño, pero a su vez fue placentero.
Como
habían acordado, Maximiliano y Ricardo estuvieron listos en el lapso de tiempo
propuesto. Maximiliano, se vistió con un pantalón negro, liso. Una gabardina
que le llegaba hasta las piernas, del mismo color. Una bufanda negra, que
estaba atada a su cuello con un nudo parecido a los de una corbata. Y una
camisa totalmente negra. Ricardo por su parte se vistió totalmente de negro,
solamente que él lo hizo un poco más juvenil. Un vaquero negro, un jersey del
mismo color con un par de logos en blanco. Unas deportivas de horma pequeña en
negro, con líneas blancas. Y por debajo del jersey una camisa totalmente negra,
sin logo ni tampoco estampado. Así pues partieron en búsqueda de aquel
entristecido y descolorido lugar.
Raquel,
que se había tomado ya, sus píldoras para dormir. No se percató en que momento
se fueron los dos.
Se
marcharon raudos en el BMW negro de Maximiliano, salieron hacía la avenida
principal. Siguieron la pavimentación en dirección al oriente. Llegaron a la
escuela, donde había pedido quedarse el día en el que había comenzado aquel
triste cuento de amor. Se adentraron por la que parecía ser la calle principal
del barrio. Allí encontraron a uno hombre que bebían cerveza. Con todo el porte
y galantería, Maximiliano preguntó si conocían a Xavier.
—¡La
puta! —respondió burlón uno de ellos.
—¡Oye
Omar, este distinguido hombre, esta buscando a la puta de Xavier! —Otro de los
cuatro hombres colocó su mano sobre el hombro de uno de los que le acompañaban.
En
ese instante, uno de los cuatro hombres se pudo en pie, el cual parecía estar
más sobrio que el resto.
—Si
busca a Xavier —dijo el sujeto poniéndose de pie, ayudándose con la pared y con
cerveza en mano—. Sigua seis calles más y luego gire hacía la derecha allí
tendrá que adentrarse un poco en la cuadra y, espero que lo encuentre, como a
cuatro casas vive él.
—Gracias.
—Añadió Maximiliano, como todo el caballero que era.
—De
nada —respondió el joven de aproximadamente veintidós años.
Al
echa a andar el auto, Ricardo ardía en furia. Se había encabritado por lo que
había escuchado. Agradeció profundamente que dentro del auto no hubiese luces,
encendidas en ese momento.
Como
lo había indicado el extraño joven llegaron a la casa de Xavier. Aquel lugar
era de unas dimensiones más bien pequeñas. Lo único que se puede ameritar era
que la casa constaba de tres pisos. Una muchedumbre, de todo tipo: niños,
hombres, mujeres y ancianos, se encontraban alrededor de aquel lugar. Muchas de
las señoras (las más ancianas), tenían en mano un rosario y rezaban
fervientemente. Otras más, salían y entraban con jarras de café y con canastas
pequeñas llenas de panes dulces. La puerta de la acogedora casa, pintada en
color durazno, se mantenía abierta permitiéndoles el ingreso a todos aquellos
que desearan darle el último adiós a Lucia, o para darles el pésame a los huérfanos.
Fuera y recostado sobre la pared, de la casa contigua, se encontraba Xavier.
Simplemente vestido con un jersey, una camisa y un pantalón formal y zapatos de
las misma clase.
Todo
él, se veía fulminado.
—Imagino,
qué el que esta allí, es el tal Xavier
—comentó irónicamente Maximiliano.
La
voz profunda de su padre, llego a asustarle, pues Ricardo había olvidado, dónde
y con quién estaba.
—Sí,
papá. El es Xavier. —Le dijo
girándose para buscar su rostro en la oscuridad interior del automóvil.
—¿Y
ella quién es? —preguntó Maximiliano después.
—¡¿Ella?!
—dijo preocupado, girándose para corroborar de quien se trataba. Al hacerlo
recordó la conversación que tuvo en el hospital con Rita.
«La
chica, es que estaba aquí y con la que él se reunió.
»La
verdad no es de incumbencia. Pero bien reza el dicho que; la suerte de la fea, la bonita la desea», Rita se carcajeó un poco
y continuó. «La chica es un poco gorda. Su pelo es negro y liso. Lleva también
un corte cuadrado que le hace verse mucho peor. Aunque su cara y ella misma
expiden una extraña simpatía, no creo que le sea suficiente para estar al lado
de un hombre como Xavier. Estoy completamente segura que si esa tipa, es su
esposa, lo atrapó con un pequeño. Porque de no se hacer, ningún hombre en sus
cincos sentidos desearía jamás estar con una mujer como ella, si se toparía con
alguien como yo, ni ahora ni en un millón de años».
—Hijo…
¿seguimos? —Preguntó su padre, sacando a Ricardo de su presente recuerdo.
Ambos
volvieron la vista hacia la pareja de chicos. Cuando lo hicieron, Xavier y Anna
estaban abrazados fuertemente. Cualquiera, incluso Ricardo, podría jurar que
ese par era algo más que simples amigos. Anna que era más baja de estatura le
rodeaba de la cintura, con los brazos. Xavier en cambió la rodeaba por encima
de los hombros con sus grandes y fuertes brazos. Ella acarició un poco su
rostro, y entonces Ricardo comprendió que hiciera lo que hiciera él estaba con
ella. Por lo mismo le había refutado, en su confesión de amor.
Maximiliano
y Ricardo, estuvieron dentro del coche, poco más de media hora. Maximiliano se
había acomodado y pronto le venció el sueño. Ricardo sumido en la desesperación
y en el dolor que le causo ver a la pareja en aquella escena, no le permitían
siquiera pensar en dormir. Por una parte quería salir del auto y hacer lo que
Anna había hechor, pero aunque así lo deseara la otra parte de él, su miedo, se
lo impidió.
Maximiliano
se había despertado ya, cuatro veces y vuelto a dormir en este tiempo. Ricardo,
que hasta ese momento no había sucumbido, veía todo el movimiento que se
producía, sacó el móvil de la bolsa delantera del pantalón, el reloj marcaba
ya, veinticinco minutos pasadas las dos de la madrugada. Xavier en un par de
ocasiones más había salido: la primera vez salió de la casa con un sacerdote ya
entrado en años, bonachón. Y la segunda con un adolecente de fracciones muy
agradables. Su cabello era negro y liso, pero también largo y sedoso. Lo tenía
tan largo que en las puntas se recogía el sólo, formándole ondulaciones. Su piel
era igual de blanca que la de Xavier, o quizá un poco más pálida. Su complexión
física, era muy esbelta. Y su rostro, aquel angelical dote, era uno de las
pocas cosas hermosas, que Ricardo jamás había visto. Comenzando con sus ojos
pardos, escondidos tras una gafas de aros anchos, sus labios pequeños y
rosados, sus pestañas que eran largas y volteadas naturalmente. Unas cejas
gruesas, pero muy bien definidas, y por último unos pómulos no muy redondos
pero también no muy delgados. Si aquel chico no se pareciese tanto a Xavier,
cualquiera les negaría en frente que no eran hermanos del mismo padre.
Cinco
minutos más tarde, cinco hombres llegaron al lugar. Muchas miradas se fijaron
sobre aquel selecto grupo. Se veía claramente la vergüenza que llevaban a
cuesta aquellos cinco extraños. El único de los cinco, que de buenas a primeras
se veía diferente que el resto. El sujeto se acercó a la puerta de la casa y
saludó cándidamente con una mano al aire. Segundos más tarde salió Xavier,
encendido, rojo como la grana. Comenzó a parlotear, levantando los brazos al
aire y haciendo todo tipo de gestos. Poco después salió Anna y fue entonces que
el translucido hombre se calmó. Ella actuó insolentemente, inventándoles a
pasar. Cosa que muy bien sabía qué no le correspondía. Aquello solamente lo
podía hacer Xavier o Noel.
Después
de aquella escena, el sueño invadió rápidamente todo el ser, impetuoso de
Ricardo. Mucho más fue lo que el chico luchó contra ese placer qué lo que tarde
en sucumbir ante él.
Ricardo
se despertó con los primeros rayos que despuntaban el alba. La luz caía de
frente a su rostro y ni siquiera las gafas en negro de su padre le protegían lo
suficiente. Cegado por los luceros Ricardo abrió los ojos, al hacerlo, aquel
ennegrecido lugar era muy distinto a como se veía ahora. Varias personas se
marchaban y otras más llegaban. Los cinco extraños, se encontraban en la acera,
fuera de la casa de Xavier y, con ellos se encontraba Maximiliano. Aquello heló
la sangre del chico. Este a su vez se giró para comprobar que no era cierto lo
que veía. Pero se decepciono porque efectivamente aquel era su padre. Y no era
algún tipo de sueño burlista, en el cual todo lo que era había dejado de ser.
Maximiliano
reía con el único de los cinco que no era un Adonis. Parecían conocerse de
mucho atrás.
En
el momento en el que Ricardo decidió descender del auto e ir al lado de su
progenitor, en un impulso estúpido, Xavier apareció acabado, hoy más que nunca.
Al ver al fortachón en ese estado, tanto Maximiliano como el hombre que de buenas
a primeras se veía inexpresivo, difícil de hacer expresar sentimiento alguno,
guardaron silencio. Xavier le entrego un par de vasos descartables y se dirigió
de vuelta al coche.
Mientras
aquello ocurría Ricardo se quedo tieso, ya no pudo abrir la puerta ni mucho
menos la ventana. Su vergüenza era tal que no le dejó hacer absolutamente nada.
Maximiliano
rodeó la parte delantera del BMW y al llegar a la portezuela este la golpeo con
la rodilla, esperando que su retoño estuviese despierto. Ricardo se acercó a la
puerta y le abrió. El atractivo hombre entró al auto y le entrego uno de los
vasos al mulato.
—Te
he traído un poco de café.
—Gracias,
papá —respondió sin entusiasmo—. ¿Qué hacías con esos hombres? ¿Cómo pudiste
ir? ¡Esperó que no le hayas dicho a Xavier que yo estaba aquí, contigo! —Preguntó
y bufó como si se tratase de un chiquillo rebelde.
—¡No
me amargues la mañana, quieres! —contesto secamente y entonces Ricardo calló—.
Me estaba muriendo de hambre. Y, además me reencontré con un viejo y querido
amigo. —Le dio un sorbo a su café—. Al parecer es el jefe de Xavier, y los
cuatro fornidos, creo, que son los únicos amigos que tiene en su trabajo, sí
mal no entendí.
—Y
Xavier, ¿no te preguntó quién eras?
—La
verdad sí. Y le dije todo…
—¡¿Qué
es todo?! —preguntó alterado, cortando a su padre.
—Qué
yo soy el padre del chico que insensatamente le había declarado su amor en un
mal momento, y que ahora venía a cobrarle por lo que le había hecho. —El rostro
de Ricardo se desdibujo. Y a continuación Maximiliano se carcajeó cruelmente—.
Descuida, no me pregunto nada. Creo que al verme con Armando creyó que yo vine
con él, y con él me he de marchar. No hubo dificultades. Ve el vaso medio
lleno.
Ricardo
le dio un sorbo a su café, con cuidado, puesto que estaba tan caliente que le
quemaría las entrañas.
—Por
cierto averigüe en donde y a que hora sepultaran a Lucia. —Los ojos le
centellaron a Ricardo—. Aunque no podamos ir.
—¿Por
qué? —preguntó sin más ni más.
—Ve
la hora qué es. Tengo que ir a trabajar, y además si llegamos a casa, tú madre
te castigara y a mí me dará un gran sermón qué te aseguro que nos aburriremos.
—Puedes
llamar a Audrey para que te cancele las citas de hoy, y con mamá… ya nos la
arreglaremos después. —explicó Ricardo—. Seguramente aun sigue dormida sin
siquiera haberse dado cuenta que tu no llegaste a dormir anoche y menos que no
estuve en casa.
Maximiliano
bebió lentamente su café, cómo acomodando el plan que Ricardo monto. Este
último como si fuese algo maligno, seguía viendo solamente por el cristal en
negro del coche. Cuando de repente escucho a su padre comenzaba a hablar. Se
giró y vio que lo hacía por el móvil.
El
chico permaneció en silencio para entender que era lo que iba a hacer
Maximiliano.
—Audrey…
Perdón por llamarte a esta hora… Quiero pedirte un favor… Quisiera, que me
cancelaras las citas programadas para hoy… ¿Estás segura qué hoy esta en
agenda? Llámala entonces, y dile que mañana a primera hora la atenderé…
Excúsame con ella, pero dile que estoy en un velatorio y por lo tarde iré al
entierro, y por lo mismo no iré a trabajar hoy… No te preocupes, no es de mi
familia. Aunque casi —dijo, tapando el micrófono del móvil, para que ella no
escuchara eso, pero que Ricardo si lo hiciera haciéndole enrojecer de pena—. No
todos estamos bien… Gracias Audrey. Pasa buen día sin tu verdugo respirándote
en la espalda… Ok, descuida. Solamente cierra bien todo cuando vayas y deja la
contestadora prendida.
Ricardo
no cabía en si de la felicidad, que le produjo, al escuchar a su padre dejarlo
todo, para estar con él en un momento como este.
Con
cierto descontento Ricardo acepto ir a desayunar a un pequeño puesto de en el
marcado del barrio. Casi se atraganta con el alimento con tal de esta de
vuelta, aunque sólo fuese de observador, como si fuese un fantasma capaz de
verlo todo pero de no ser capaz de hacer nada.
Luego
volvieron de nuevo a la casa de Xavier. Maximiliano, salió del coche y fue a
charlas de muchas cosas con su amigo, Armando. El mulato en cambio se quedó
dentro del auto, por su estúpido miedo y sus tantos prejuicios.
El
almuerzo lo sirvieron a las doce y media del mediodía y veinticinco minutos más
tarde llegó una buseta roja. Muchos de los presentes salieron de la casa y
abordaron el trasto. Los cuatro fornidos, Maximiliano y Xavier llevaban sobre
sus hombros el féretro de Lucia. Noel se había quedado de piedra en la puerta y
Xavier lloraba amargamente. Colocaron el ataúd en la parte trasera del coche
funerario y cerraron las portezuelas. Todos volvieron a los autos. Xavier a la
buseta, Maximiliano a con Ricardo y los fornidos al coche de Armando. Pusieron
en marcha los motores y se inicio el último recorrido de Lucia, antes de llegar
a su eterna morada.
En
ese triste lugar, todo acabaría.
Los
autos y la buseta ingresaron. Al cementerio. En esta ocasión Ricardo descendió
del auto de su padre y el mismo procedimiento se repitió. Los cuatro fornidos,
Maximiliano y Ricardo llevaron en hombros el yerto cuerpo de aquella
maravillosa mujer.
Noel
iba al lado de Anna y junto a ellos iba Armando. Los tres encabezaban la
marcha, puesto que así prefirieron los huérfanos. Ricardo no se había unido a
las personas pero tampoco se había negado en acompañarlos. El chico de piel
canela se había hecho a un lado, sin perder de vista a su padre o a su amado.
Este último derramaba lágrimas de manera inmensurable. Aquellos trozos de dolor
recorrían el contorno de su nariz, otras caía por sus mejillas y otras más
corrían por la comisura de sus labios.
Llegaron
a una sección del cementerio en donde solamente se veían nichos. Secciones y
secciones de nichos. Colocaron un armazón de metal, donde colocaron a Lucia y
fue entonces que Ricardo se acercó, al fin. Maximiliano se acercó a su hijo y
este se aferró fuertemente a su padre. Xavier al fin le vio. Esto le causo una
leve impresión de algo erróneo, pero en ese momento nada más que su madre le
importaba. Noel avanzó y se aferro a Xavier. Aquello hizo que todos los
presentes sintieran un nudo en la garganta.
Xavier
dejo a un lado al adolecente y se acercó a su madre. Colocó la mano sobre la
fría caja negra, de madera. Tomo un poco y aire y con el nudo en la garganta
dijo:
—Gracias
mamá… Gracias por todo lo que hiciste durante todo este tiempo por nosotros.
Gracias también por hacerle lo que ahora soy. —Xavier sollozaba amargamente,
mientras hablaba. Aquella congoja había hecho llorar a un par de espectadores,
que fijamente se perdían en tan triste escena—. Descuida, descansa en paz. No
te preocupes por tus ángeles. —Se acercó más al féretro y abrió la ventanilla—.
Yo cuidaré de Noel, como tú lo hiciste conmigo. —Xavier quiso sonreír un poco
pero no lo consiguió—. Sigo siendo inexpresivo. —Xavier se aferraba fuertemente
al ataúd. Sus puños parecían dos fuertes garras, que no soltarían lo que habían
atrapado. —Ante todo esta gente, te pido perdón… perdón por todos los corajes,
las desilusiones, los problemas y las decepciones que alguna vez te hice pasar.
Aunque hubiera deseado que jamás te fueras de mi lado eso no pudo ser. —Xavier
por primera vez desde hacía varios años mostraba enteramente su esencia—. Mama
te amo. Y me duele perderte —cuando el chico dijo aquello los sepultureros
comenzaron a subir a Lucia por medio de poleas, pues su última morada seria un
nicho en la parte media de la sección. —¡No, no se la lleven! ¡No me la quiten,
para siempre! ¡Déjenla en paz! ¡Por favor, no hagan esto! —chilló para detener
a los hombres que se la llevaban de su lado—. Ella lo es todo para mí. Por
favor, no lo hagan. —Los sollozos pasaron a ser desesperados gritos y gemidos. —Mamá,
mami, extrañaré todos aquellos momentos tan bellos que me hiciste pasar a tu
lado. Aun cuando todo parecía estar mal, tú siempre me hiciste ver lo mejo que
tenía la vida.—Noel, se había aferrado de Xavier, mostrándole que no se
encontraba, ni se encontraría, solo en los momento difíciles que posteriormente
vendrían—. Siempre recordaré lo que vivimos, los tres. No quiero decirte adiós,
pues siempre vivirás en mi mente y en mi corazón. —El musculoso hombre se había
reconfortado al menos unos instantes, pero fue efímero, y realmente tardo más
en calmarse que en volverse a alterar.
—Déjenla…
Basta, déjenla en paz. Suéltame. ¡No, mamá! ¡NO! —Xavier cayó sobre sus
rodillas, vencido, frente a los nichos.
Al
ver eso Noel se acercó a su hermano, y se arrodillo para abrazarle. Xavier
aceptó aquello con fraternal cariño. Noel que hasta entonces, no había
derramado una sola lágrimas, en ese momento lo hizo. Lo hizo por el dolor de su
perdida, por el dolor de ver a su fuerte hermano en ese estado. Dolor. Mucho
dolor.
Aquel
abrazó fue muy largo y luego de que Noel se acercara al oído de su hermano y le
susurrará algo, se pusieron de pie. Al hacerlo Xavier vio algo que le destrozo
aún más. Ricardo se aferraba y lloraba amargamente entre los brazos de un
extraño. Extraño que aquella mañana había visto, eufóricamente con Armando y el
resto de los chicos.
El
hombre que ahora veía mejor, era alto, blanco, buenmozo. Su rostro era dulce y
amable. A simple vista se veía que aparte de su belleza era un ser humano, de
los pocos, que aparte de saber que son agraciados también eran amables y
simpáticos. Su cabello negro, que pintaba algunas canas, un poco largo y tirado
hacia atrás contrastaba perfectamente con su hermoso y simpático rostro. Sus
ojos eran de un color miel, sus pestañas eran rizadas. Sus labios tenían el
grueso adecuado, y, aunque ahora no se le veían, tenían unos blancos y
perfectos dientes blancos, cual perlas en el fondo del mar.
El
individuo acariciaba la mejilla de Ricardo y este se aferraba con mucha más
fuerza a él.
Cuando
al fin se armo de valor, Ricardo y su acompañante comenzaron a andar hacia el
coche. Y al blanquecino chico lo intercepto Anna y no pudo desasirse de ella.
Cuando lo logro, fue demasiado tarde.